‘Minorías
y medios de comunicación’
Obra colectiva, dirigida por
Fernando M. Mariño.
Instituto de Estudios
Internacionales y Europeos Francisco de Vitoria,
2001.
(Universidad Carlos III de Madrid, 2002)
(Este
texto responde a una invitación de Fernando
Mariño, sin otra pretensión que aportar
un punto de vista particular a unas jornadas de
debate en la Universidad. Se trata de una aproximación
a un tema que actualmente resulta crucial para los
periodistas de televisión, y que merecería
planteamientos más detenidos, profundos y
rigurosos que este mero hilvanado de algunos datos
con mi propia experiencia profesional y mis opiniones
personales.)
El
mayor desafío actual y futuro de los informativos
de televisión aparece planteado en el terreno
de la ética. El correcto tratamiento de los
contenidos continúa en el centro del debate,
en una etapa de vertiginosos avances técnicos,
que se traducen en un constante aumento de las facilidades
de transmisión y recepción de las
imágenes, la inmediatez en la elaboración
y difusión de las noticias, y la accesibilidad
a fuentes de documentación.
El problema de fondo afecta a todos los aspectos
de la actualidad, ya que durante la producción
de las noticias y reportajes, los periodistas raramente
cuestionan los límites y las insuficiencias
del sistema político vigente, ni tampoco
las cada vez más evidentes contradicciones
de un sistema económico que tiende a una
globalización acrítica de sus fundamentos
y procedimientos y parece inmune a cualquier análisis
sobre la desigualdad crónica en que se basa.
Así, los medios en general --y especialmente
la televisión-- tienden a ofrecer una visión
uniforme e inmutable de los marcos generales de
la política y la economía.
Tan solo en las cuestiones de ámbito social
inmediato (principalmente en los temas locales y
sucesos) suele advertirse un cierto afán
crítico de fondo. Así, resulta evidente
la diferencia de planteamientos --e incluso de tono--
que ofrecen las informaciones sobre casos de violencia
en el hogar o malos tratos a la infancia, atropellos
administrativos, y sentencias judiciales o acciones
de la Justicia contrarias al sentir popular.
Donde resulta más notoria la necesidad de
un constante y profundo examen de los contenidos
informativos es precisamente en los temas sociales
más inmediatos, y en especial en los relacionados
con las minorías. Las noticias protagonizadas
por inmigrantes o gitanos, o relacionadas con estos
grupos, son las que acusan de forma más directa
y repetida la necesidad de que la profesión
periodística encare el desafío ético
de su correcto tratamiento, sin sacrificar el rigor
profesional y la conciencia personal a las crecientes
exigencias de mayor rapidez en la elaboración
y difusión de las noticias.
Sin embargo, los aspectos éticos de la información
suscitan mínimas preocupaciones en las empresas
y son objeto de cuidados muy reducidos, frente a
la constante actualización de conocimientos
técnicos que requiere la realización
de los programas informativos en televisión.
Así, mientras que todas las empresas organizan
cursos para el aprendizaje o adecuación del
personal en el manejo de nuevos tipos de cámaras
o equipos de montaje, manipulación, almacenamiento
y transmisión de la imagen y el sonido, se
presta una mínima atención al correcto
tratamiento de los contenidos.
Además, el tratamiento de las informaciones
se ve condicionado por las exigencias de urgencia,
cuando no de inmediatez, en la difusión de
las noticias, y el correcto planteamiento de algunas
cuestiones que constituyen motivos de permanente
inquietud y polémica sociales suele depender
finalmente de la buena intención o incluso
de la intuición de los periodistas. El ritmo
en constante aceleración de la televisión
(el mayor de todos los medios, sin los horarios
fijos de cierre de la Prensa escrita, y con mucho
mayor elaboración técnica que la radio)
obstaculiza cuando no llega a impedir la mínima
serenidad y reflexión en el trabajo. Lejos
de buscar la documentación imprescindible
sobre cuestiones culturales de carácter minoritario,
o de contrastar hechos y opiniones con fuentes emanadas
de esos medios culturales minoritarios, los periodistas
caen en rutinas perniciosas y acaban reflejando
de modo inconsciente los valores dominantes, lo
que causa una reproducción permanente de
los estereotipos acuñados a lo largo de años,
sin que se cuestione jamás su validez ni
mucho menos los prejuicios a los que aquellos suelen
obedecer.
El aumento de la inmigración y, por tanto,
de las noticias relacionadas con de minorías
étnicas en España, es una realidad
fácil de constatar. También, la periódica
aparición de brotes de racismo en la sociedad
española, tanto frente a la presencia creciente
de inmigrantes magrebies y subsaharianos, como a
los más antiguos problemas de convivencia
con grupos gitanos. Sin embargo, frente al innegable
incremento de la conflictividad social en los sectores
sociales en mayor contacto con esas minorías,
el tratamiento de las informaciones periodísticas
en la mayoría de los casos continúa
basándose en el recurso mecánico a
estereotipos, y reproduciendo así viejos
prejuicios.
Ante esta situación, que se hace patente
de forma repetida, ninguna de las televisiones españolas
se ha planteado la adopción de medidas correctoras
adecuadas. Se puede afirmar que no existe consciencia
de tal necesidad. Las empresas no han buscado la
especialización de redactores en la problemática
de las principales minorías sociales, ni
mucho menos en el conocimiento de sus pautas culturales
específicas. Y en los consejos de redacción
--allá donde existen éstos o figuras
profesionales semejantes-- como en las reuniones
de planificación cotidiana de los informativos,
rara vez surge un debate en profundidad sobre el
correcto tratamiento de las noticias relacionadas
con minorías. Ello explica --que no justifica--
la falta de normativas específicos en cada
medio, así como el que no se adopte (aunque
fuera parcialmente) o adapte algún código
deontológico profesional, como el propuesto
por el Colegio de Periodistas de Cataluña
en 1997, que al menos contiene un punto dedicado
específicamente al tratamiento de las informaciones
sobre las minorías. Ni siquiera los distintos
‘libros de estilo’, en las empresas
que los han desarrollado, contienen referencias
suficientemente precisas para garantizar enfoques
correctos, limitándose generalmente a cuestiones
obvias en el empleo del lenguaje.
Cuando Televisión Española (TVE) era
la única televisión en España
y ejercía el monopolio de la información
oficial a través de la pequeña pantalla,
se promulgó una normativa general sobre su
funcionamiento que contenía una importante
referencia expresa al tratamiento de las minorías.
Los denominados ‘principios básicos
de programación’ todavía en
vigor fueron aprobados por unanimidad en el Consejo
de Administración del Ente Público
RTVE el 28 de julio de 1981, siendo director general
de RTVE Fernando Castedo Alvarez, con el título
de ‘Principios básicos y líneas
generales de la programación de los Medios
dependientes del Ente Público’. En
su punto tercero, apartado 3.1 sobre ‘La información
y la opinión’, quedó establecido
que ‘la sensibilidad social (...) exige
un cuidadoso uso de aquellos términos de
índole calificativa --tales como ‘gitano’,
‘homosexual’, ‘parado’,
‘extranjero’, etc.-- que pudieran ser
utilizados o interpretados de forma peyorativa,
o relacionados con hechos condenables en aparente
relación causa-efecto, o que pudieran inducir
actitudes de marginación.’ Esa
exigencia de hacer ‘cuidadoso uso’ del
idioma también aparece implícitamente
contenido en el párrafo siguiente del mismo
texto: ‘La cualidad esencial de la noticia
debe ser su plena objetividad. Los elementos que
la conforman deben describirse con precisión,
rechazándose todo tipo de argumentaciones
que pudieran condicionar en el público una
valoración parcial o equívoca del
hecho’.
Aunque no se refiere expresamente al respeto por
las minorías, este texto resulta perfectamente
aplicable al tratamiento informativo de las mismas.
Sin duda, tales ‘principios básicos’
resultan insuficientes, pero no cabe duda sobre
su importancia aún limitándose al
lenguaje, ya que el empleo de un solo término
equívoco o despectivo condiciona gravemente
la percepción del contexto de las noticias
sobre todo cuando existe una inquietud social y
un contexto de antiguos prejuicios. Curiosamente,
los ‘principios básicos’ no tuvieron
reflejo en el ‘Libro de Estilo de los Servicios
Informativos de TVE’ redactado posteriormente
por Miguel Pérez Calderón, ni tampoco
en el ‘Manual de Estilo de TVE’ de Salvador
Mendieta.
El primero de ellos, el ‘Libro de Estilo de
los Servicios Informativos de TVE’ (Miguel
Pérez Calderón, Servicio de Publicaciones
del Ente Público RTVE, 1985) muestra una
casi absoluta insensibilidad social, planteando
las cuestiones de normativa del lenguaje únicamente
en el terreno de la corrección gramatical.
No dedica ni una línea al tema del respeto
por las minorías, ni siquiera cuando aborda
el tema de ‘la influencia de la radio
y la televisión en la sociedad’.
Y ello pese a que su propio autor escribiera en
su página 38 que ‘un Libro de Estilo
tiene que ser un repertorio de normas de actuación,
de advertencias y de reglas, un manual de redacción
para escribir y hablar en nuestro especial oficio
(que como repetidamente se ha dicho, no es exactamente
el del escritor, aunque sea semejante y paralelo
al de éste) con especial insistencia, pues,
en los problemas específicos de nuestro trabajo
y en los escollos que a diario encontramos en él,
la forma de salvarlos y las equivocaciones en que
podamos caer.’ Pero la propuesta de Pérez
Calderón quedó limitada a unas mínimas
normas reguladoras del ‘arte de hablar
y escribir correctamente una lengua’.
Cuestiones de gramática, no de ética.
El segundo trabajo, el ‘Manual de Estilo de
TVE’ (Salvador Mendieta, Editorial Labor SA,
1993) tampoco enuncia preocupación social
alguna ni plantea los riesgos en el uso del lenguaje
al tratar el tema de las minorías, aunque
establece normas sobre el empleo de gentilicios,
vocablos equívocos e insultos. Cabe señalar
que, frente a esta ausencia, resulta chocante el
cuidado puesto por el autor en numerosas precisiones
sobre ‘tratamientos y preferencias’
a tener en cuenta en el protocolo de autoridades
asistentes a actos oficiales. Así, pese a
que Fernando Lázaro Carreter, como Director
de la Real Academia Española, afirme cortésmente
en el Prólogo de este manual de estilo no
haber ‘hallado objeciones importantes
que oponerle’, el trabajo de Mendieta
es claramente insuficiente. Ni siquiera hace referencias
concretas al empleo de expresiones ambiguas o ambivalentes,
ni a las posibles connotaciones despreciativas,
xenófobas o incluso racistas, de términos
o expresiones muy habituales que pesan decisivamente
en el contexto de informaciones concernientes a
minorías.
Ninguno de estos dos trabajos ha sido nunca materia
de consulta en los Servicios Informativos de TVE.
De hecho, la mayoría de los integrantes de
las redacciones de los telediarios y de programas
como ‘Informe Semanal’ o ‘En Portada’
desconocen su existencia. Nunca tuvieron utilidad
alguna y ambos han quedado justamente olvidados.
Alfredo Urdaci, director de los Servicios Informativos
de TVE, admite que ‘ante la carencia de
normas precisas, el respeto por las minorías
en los contenidos informativos se debe generalmente
a la sensibilidad de los redactores, ya que le tratamiento
de las noticias se deja a su libre albedrío.
Y hay que reconocer que en la redacción se
tratan esos temas con sumo cuidado, especialmente
todo lo concerniente a gitanos y discapacitados.
Esta demostrado que existe una alta conciencia social
entre los informadores, aunque cada vez se trabaja
más de prisa, con menos posibilidad para
la reflexión y la consulta de fuentes.’
Para Urdaci, los problemas reales de las minorías
no tienen una atención suficiente en las
televisiones y lo atribuye ‘tal vez a
que las minorías no vendan, a que la audiencia
prefiera otros asuntos menos molestos para sus conciencias,
y tanto desde los informativos como desde los programas
de ocio se busca incidir en temas de consumo masivo,
porque una cosa es lo que trates de predicar desde
el púlpito y otra lo que en el fondo piensa
la gente.’
Preguntado si se echa en falta una normativa más
precisa que establezca pautas estrictas para el
planteamiento informativo de cuestiones relacionadas
con minorías, el director de los Servicios
Informativos de TVE responde que sí: ‘dejar
todo al buen juicio personal de cada redactor supone
tanto el riesgo de caer en arquetipos y prejuicios
como en el extremo contrario, en enfoques paternalistas;
para conjurar ese riesgo, sería interesante
contar con una normativa, con un código deontológico
que garantizase tanto las formas de tratamiento
correctas como la consulta de las fuentes adecuadas.
Pero no debería ser una normativa desarrollada
fuera de las redacciones e impuesta a los periodistas,
sino que quienes tratan con materiales informativos
sobre minorías deberían tener voz
en el debate y redacción de dichas normas
para garantizar su eficacia.’
Sin embargo, Alfredo Urdaci observa que las organizaciones
representativas de distintos grupos minoritarios
no suelen dirigirse a los Servicios Informativos
de TVE exigiendo tener voz en las informaciones
que les conciernen, ni siquiera para ofrecerse como
posibles fuentes consultivas. ‘Son muy
pocas las que, como Iniciativa Gitana, envían
algún fax o llaman por teléfono y
piden tener una presencia en las informaciones sobre
asuntos puntuales que les conciernen.’
En las televisiones privadas las cosas no son muy
diferentes que en la pública. Ernesto Sáenz
de Buroaga, director de Informativos de Antena 3,
reconoce que en esta cadena ‘no existe
normativa alguna sobre el tratamiento de la problemática
de las minorías sociales’' y admite
que ‘el tema no suele tratarse en profundidad,
sino solo a partir de noticias generadas por conflictos
y/o desgracias, ya sean la tragedia sin fin de las
pateras con inmigrantes clandestinos o la discriminación
de niños gitanos en un colegio como en Barakaldo;
solo entonces encuentra sitio en el minutado de
los informativos, y escaso.’ Según
su propia experiencia, cuando los noticiarios refieren
hechos dramáticos que afectan a ‘las
mayorías olvidadas de las que provienen nuestras
minorías’ --como los trágicos
conflictos de hambrunas o persecuciones étnicas
en Africa-- un importante sector del público
evita su contemplación y zapea o apaga el
televisor, especialmente cuando este tipo de informaciones
se ofrece a la hora de cenar. Sin embargo, Buroaga
considera que ‘proporcionar esas informaciones
a los espectadores constituye una obligación
moral, aunque conlleve una disminución de
los índices de audiencia.’
Tampoco en los informativos de Antena 3 existe un
código deontológico, y su director
de Informativos se muestra contrario a su existencia,
considerando preferible una ‘sensibilización
de la redacción’ ya que entiende
que ‘no sería bueno tener que recurrir
a él para decidir como tratar cuestiones
que lo que requieren es intuición, sensibilidad,
humanidad y conciencia por parte de los profesionales
de la información, para abordarlas sin generar
más rechazos sociales o sin agravar los ya
existentes.’
Buroaga señala como ‘una ventaja’
que la media de edad de su redacción
sea de treinta años, por entender que ello
garantiza una mayor sensibilidad personal ante cuestiones
sociales, simpatía por las ONG y las inquietudes
que canalizan, e incluso una cierta inclinación
a tomar partido por los más débiles.
Admite la difusión de imágenes duras
(y cita como ejemplo las de cadáveres de
inmigrantes en las playas andaluzas, o de drogodependientes
inyectándose) como ‘parte de una
realidad que no se debe ocultar; son secuencias
desagradables pero que ofrecen visiones de la realidad,
frente a las “realidades falsas”
de programas de televisión como El Gran Hermano.’
En cuanto a la posible presencia en pantalla de
algunas organizaciones sociales de minorías
como forma de contraste y matización de las
informaciones, Ernesto Sáenz de Buroaga lamenta
que la premura en la redacción y montaje
de las noticias no permita la deseable consulta
con fuentes pertenecientes a los grupos concernidos,
ya que muchas veces no resultan fácilmente
accesibles. Además, el director de los informativos
de Antena 3 coincide con su homólogo de TVE,
Alfredo Urdaci, en que ‘generalmente estas
entidades no se dirigen a nosotros, no llaman ni
presionan para hacerse oír’. En
definitiva, que las vías de comunicación
con representantes de las minorías sociales
resultan insuficientes e inoperantes.
Los mayores grados de atención a las minorías
y de sensibilidad en el tratamiento de sus problemas
corresponden a algunas cadenas públicas autonómicas,
como Canal Sur y Telemadrid. Esta última
puso en marcha recientemente un programa informativo
específicamente dedicado a las principales
minorías sociales, titulado ‘Sin Fronteras’.
Un empeño loable, pero de escasa trascendencia
ya que, al estar destinado a un público exclusivamente
formado por inmigrantes, su enfoque de los temas
no resulta el más adecuado para que también
interesara a un público generalista, brindándole
la oportunidad de informarse mejor, gracias a un
tratamiento más extenso y documentado de
lo habitual en los espacios de ‘Telenoticias’,
así como de conocer problemas concretos y
puntos de vista expuestos ante las cámaras
por portavoces de distintos grupos de inmigrantes.
Ubicado en la parrilla de emisiones de Telemadrid
en un horario tan ‘restrictivo’ como
las nueve de la mañana de los domingos, ‘Sin
Fronteras’ apenas ha tenido repercusión.
Paradójicamente, al mismo tiempo que creaba
este espacio para inmigrantes, Telemadrid mantenía
en muchas de las noticias incluidas en sus informativos
diarios el mismo tono neutro y el tratamiento impreciso
--a veces incluso lastrado por el recurso a los
estereotipos-- común a todas las televisiones.
Pero este tipo de contradicciones es frecuente en
el mundo de la televisión, no solo en España:
se ofrecen programas de planteamientos distintos
--cuando no claramente opuestos-- sobre el mismo
tipo de contenidos, en emisiones destinadas a dos
públicos muy diferenciados. Una dualidad
éticamente inaceptable, que responde a una
concepción de fondo inconfesable pero asentada
en el inconsciente colectivo: la separación
de la sociedad en dos bloques. Un ‘nosotros
y ellos’, que tienden también
a manifestar en su trabajo los informadores, que
se dirigen a un público nuestro establecido
y otro marginal. En definitiva un nosotros
del que forman parte activa los periodistas, y un
ellos al que pertenecen los inmigrantes de comunidades
étnicas distintas, y los españoles
de grupos sociales con problemáticas muy
distintas pero siempre situados en los márgenes
del sistema: gitanos, drogodependientes, homosexuales...
De este modo la sensibilidad de los redactores,
su alta conciencia social y el sumo cuidado
al elaborar las informaciones, a las que hacía
referencia Alfredo Urdaci hablando de los telediarios
de TVE, e incluso esa tendencia a tomar partido
por los más débiles de la que
hablaba Ernesto Sáenz de Buroaga, se traducen
habitualmente en un simple tono bienintencionado.
Y el tratamiento de las noticias relacionadas con
las minorías, en particular con gitanos e
inmigrantes, contiene finalmente un mensaje
integrador en nuestra sociedad. Un
mensaje positivo, pero cuyos límites se encuentran
precisamente en la voluntad de integración,
sin entrar en mínimas consideraciones sobre
peculiaridades y condicionantes sociales, ni mucho
sobre el respeto de las diferencias culturales de
fondo y el mantenimiento de señas de identidad
como garantías para una convivencia integradora.
En suma, confiar a la conciencia y/o la sensibilidad
de los periodistas el tratamiento correcto
de las informaciones sobre las minorías,
sin definir expresamente un marco social de trabajo
y unas concepciones sociales precisas, supone asumir
un evidente riesgo de paternalismo.
Hay que reconocer, sin embargo, que --tal vez como
fruto último de la propia presión
de estos temas en el minutado de los informativos--
durante los últimos meses algunas cadenas
de televisión se han esforzado en la producción
de noticias y reportajes propios sobre aspectos
de fondo de cuestiones relacionadas con minorías
sociales. Como ejemplos podrían citarse las
crónicas en Telemadrid sobre inmigración
magrebí, realizadas durante el mes de junio
por un equipo de enviados especiales a Tetuán
y Ceuta; o las tandas de informaciones sobre ONG
y acciones humanitarias que Tele 5 está emitiendo,
agrupadas en bloques semanales, durante todo este
año. Pero, aunque se trata de experiencias
positivas --sobre todo por su propio significado
interno-- no dejan de ser excepciones puntuales,
incluso claramente diferenciadas en los paquetes
informativos donde se incluyen. Incluso cabe sospechar
que obedecen más a un cierto afán
de cosmética política por parte de
las empresas, que a una voluntad correctora de insuficiencias
y defectos crónicos en el tratamiento informativo.
En 1998, el Consell Audiovisual de Catalunya (CAC)
realizó un estudio sobre el tratamiento de
las minorías étnicas y culturales
--principalmente gitana, magrebí y subsahariana--
en distintas televisiones del estado español:
TVE, los canales autonómicos catalanes TV3
y Canal 33, y las privadas de ámbito estatal
Tele 5, Antena 3 y Canal +. Se visionaron 784 horas
de programación, de las que fueron seleccionadas
para su análisis 112 horas, emitidas entre
el 18 y el 26 de septiembre de 1998. Los datos del
estudio fueron presentados en 14 de julio de 1999,
y obtuvieron un amplio reflejo en las secciones
de televisión de la prensa diaria.
Una de las conclusiones de dicho estudio fue que
las televisiones públicas dedican mayor atención
a las minorías que las privadas. Es lógico.
La televisión estatal en primer lugar, y
las autonómicas después, son también
las que realizan mayores esfuerzos en las tareas
informativas. Y las que están estatutariamente
definidas como servicios públicos. Sin embargo,
esa mayor cantidad de minutos, e incluso el mayor
cuidado en la presentación de las informaciones
sobre minorías, no significa que no acusen
defectos comunes con las privadas, sobre todo por
el empleo de los mismos estereotipos. Aunque el
presidente del CAC, Lluís de Carreras, proclamara
en la presentación del citado informe que
‘cada vez es más frecuente la utilización
de un lenguaje políticamente correcto sobre
todo en lo referente a informativos y documentales
y al desconocimiento de la realidad cultural y social
de los colectivos a los que se hace mención’,
también tuvo que denunciar como un hecho
que las televisiones siguen ‘tendiendo
a reproducir estereotipos sobre minorías
y tratan esas noticias con cierto paternalismo.’
El resultado estadístico de las 112 horas
de programación analizadas por el CAC establecía
que el 62 por 100 de las noticias sobre minorías
correspondía a las pertenecientes al Africa
negra, mientras las referidas a magrebies se reducían
a un 9 por 100, y los asuntos relacionados con la
comunidad gitana quedaban limitados a un 5 por 100.
Por temática, el primer lugar correspondía
a la inmigración, convertida en tema estrella
con un 40 por 100, seguido por guerras o violencia
(17 por 100) y desastres naturales (14 por 100).
Quedaba patente que de los países de origen
de las minorías étnicas presentes
en España, se informa casi exclusivamente
sobre hechos dramáticos, lo que produce una
visión de conjunto caótica, sin que
casi nunca se expliquen sus causas de fondo, ni
se ofrezcan datos complementarios sobre contexto
político y económico, ni tampoco claves
culturales para facilitar la comprensión
de los hechos.
Luis de Carreras llegó a comentar que cuando
se incluyen datos estadísticos sobre esos
países se hace casi exclusivamente para subrayar
su dramática realidad social y su atraso
o exotismo. Cabría añadir
a sus palabras que jamás se mencionan responsabilidades
históricas --como las herencias perversas
del colonialismo--, ni el sometimiento de las estructuras
económicas nacionales a los intereses de
grandes corporaciones multinacionales que determinan
el monocultivo y fijan los precios de materias primas,
o el papel de las entidades financieras internacionales
que imponen determinados marcos políticos
y sociales, como limitaciones salariales, control
de gasto social, etcétera. Tampoco suele
hacerse referencia a las raíces del endeudamiento
externo, ni en el insuperable lastre que éste
supone. Ni siquiera suelen mencionarse ya los condicionantes
geopolíticos, que durante la época
de la guerra fría llegaron a traducirse en
militarismos y conflictos bélicos por delegación.
Las principales conclusiones del informe del CAC
resultan asumibles por amplias en su formulación
y evidentes en su necesidad urgente: eliminar referencias
a orígenes étnicos cuando no sea imprescindible
citarlos para la comprensión de la noticia
o no estén en el origen de la misma, aportar
mayor información contextual, evitar sinónimos
equívocos y ampliar la recogida de opiniones
en el seno de las minorías afectadas.
El estereotipo más repetido, y también
el más antiguo, es el que afecta a la principal
minoría étnica española: los
gitanos. En la introducción al trabajo ‘El
Pueblo Gitano / Manual para periodistas’ (editado
en 1988 por Unión Romaní) escribe
Juan de Dios Ramírez - Heredia que en la
‘rutina productiva de los medios de comunicación
las minorías étnicas, especialmente
el pueblo gitano, suelen llevar la peor parte. Cada
día asistimos impotentes a la difusión
de informaciones relacionadas con algún miembro
de nuestra comunidad en las que, por el tratamiento
dado por los periodistas, se atribuye a todo el
grupo un hecho protagonizado por un solo individuo.
De esta manera se construyen una serie de estereotipos
que, con el tiempo, calan en el conjunto de la ciudadanía
y determinan su actitud frente a un pueblo que,
como el gitano, no tiene más defectos ni
virtudes que el resto: es, sencillamente, distinto.
Esta práctica se agrava con el ritmo cada
vez más vertiginoso de producción
y consumo informativo que hace que los periodistas
apenas dispongan de tiempo para documentarse y contrastar
su información’.
Al abordar el tratamiento ‘sesgado’
que los medios de comunicación --no solo
los españoles, también los europeos
en general-- dan a la comunidad gitana recurriendo
a estereotipos, la Unión Romaní plantea
que ‘todavía existe un enorme desconocimiento
de la realidad gitana.’ Ese evidente
desconocimiento de la realidad autóctona
del pueblo gitano, que forma parte de la ciudadanía
española, y la ignorancia de sus costumbres
resulta totalmente injustificable en una sociedad
que se supone culta y democrática. Para paliarlo,
se recurre a estereotipos que se perpetúan
e incluso se agravan, mediante la repetición
de imágenes de marginación que alimentan
viejos prejuicios discriminatorios.
Así, se denominan ‘tribus’ a
los grandes agrupamientos gitanos, ignorando sus
orígenes históricos; y el conjunto
de sus antiquísimas leyes se considera como
meras prácticas tradicionales, llegando a
presentar la venganza sangrienta como una costumbre.
Se identifica a los gitanos --como también
a los inmigrantes-- de forma automática con
gente pobre y sucia, que practica la mendicidad
y/o la delincuencia. De un gitano siempre se espera
que se tome la justicia por su mano, confundiendo
su solidaridad de grupo con la formación
de bandas, y se cree que va siempre armado, al menos
con una enorme navaja. En cuanto a la modificación
de los estereotipos, la más dramática
entre cuantas se han producido recientemente tiende
a identificar a los núcleos de población
gitana marginada con supermercados de la droga,
dando a entender muchas veces que esa pobreza no
constituye una condena social sino una forma de
enmascarar la riqueza obtenida del indigno negocio
del narcotráfico. Casi como única
variante positiva de estos atroces estereotipos
aparece el gitano integrado que actúa
en espectáculos folklóricos y disfruta
de cierta notoriedad en la llamada Prensa del corazón.
En general, al referirse en las noticias de televisión
a la minoría gitana suele plantearse implícitamente
la necesidad de su integración social,
como si con ello se persiguiera una normalización
cultural que, mediante la aceptación
de un marco social ajeno a la historia y las tradiciones
propias de ese pueblo, sirviera para homologar
las diferencias étnicas en una suerte de
convivencia por sometimiento. La mayor
perversión ideológica se alcanza cuando
las informaciones conllevan un mensaje de asimilación
como forma de integración social. Por
eso, la Unión Romaní recomienda diferenciar
cuidadosamente tales conceptos al elaborar las informaciones
relacionadas con gitanos, e insiste en hablar del
acceso de los gitanos a la educación,
el trabajo o la vivienda, pero manteniendo sus propios
rasgos culturales, en lugar de promover una mera
integración.
En otro estudio realizado por la Unión Romaní
en julio de 1998, (titulado “¿Periodistas
contra el racismo. La Prensa española ante
el pueblo gitano”), tras analizar 7.500 textos
aparecidos en 124 publicaciones durante 1995 y 1996,
se alcanzaban unas conclusiones perfectamente aplicables
a los informativos de televisión: la premura
de tiempo en las redacciones, la comodidad
de los periodistas, y la práctica generalizada
de rutinas en su trabajo, son causas de que no se
contrasten debidamente los datos ni se consulten
distintas fuentes, tareas siempre imprescindibles
pero especialmente determinantes cuando se trata
de minorías étnicas con culturas diferentes.
Sergio Rodríguez, periodista gitano (en este
caso el dato étnico es relevante) y coordinador
del estudio, aseguraba que ‘los periodistas
abordan la realidad gitana desde un punto de vista
más social que cultural. Esto supone una
visión sesgada, acostumbrando al lector a
pensar que los gitanos no generan noticias sobre
otros temas’. Otro de los autores del
trabajo, el periodista (también gitano) Sebastián
Porras, señala que la mayoría de las
informaciones caracterizan a los gitanos casi exclusivamente
como delincuentes o artistas, empleando
unos estereotipos cuya aceptación supone
considerar a los gitanos como gentes difíciles
para la convivencia. Es cierto que los textos,
tanto en prensa escrita como en televisión,
suelen complementarse con imágenes de niños
descalzos, con mocos y el culo al aire, viviendo
en una barraca. Y que ello supone un enfoque distorsionado
del conjunto de la realidad gitana, ya que mientras
se insiste siempre en las altas tasas de analfabetismo,
jamás se citan datos como la actual presencia
de trescientos gitanos en las aulas universitarias.
El citado estudio concluía que aunque el
61,15 por 100 de las informaciones examinadas se
consideraba positivo, todavía se
daba un 31,10 de planteamientos negativos.
Para valorar la importancia de la televisión,
la Unión Romaní llega a afirmar que
‘un espacio de 30 segundos en un informativo
de alguna cadena estatal en prime time,
en el que se difunda un texto basado en alguno de
los estereotipos con los que cargan los romá,
puede echar por tierra el trabajo de muchos meses
de las organizaciones gitanas.’ Más
conscientes que nadie del impacto social de la televisión,
las empresas de este medio tendrían que extremar
el cuidado de sus mensajes con materiales informativos
tan delicados como son los concernientes a las minorías.
Deberían imponer un control en el manejo
del lenguaje, precisando en los libros de estilo
la correcta utilización de imágenes,
términos y expresiones, descartando aquellos
que los propios gitanos evitan para referirse a
su comunidad. Y también impulsando la creación
de códigos deontológicos por parte
de los profesionales de la información, que
sirvan de referencia a su trabajo. Pero, sobre todo,
hay que insistir en la necesidad de una mayor formación
ética de los profesionales. En universidades
y escuelas de Periodismo e Imagen, además
de las materias puramente técnicas e incluso
por encima de ellas, habría que impulsar
conocimientos no académicos de los todos
aspectos de la realidad social en que se mueven
las minorías. Porque el problema de un correcto
tratamiento de las informaciones no se limita a
cuestiones formales en el empleo del lenguaje o
la reiteración de estereotipos, sino de que
exige soluciones basadas en criterios sociales de
fondo.
La fijación de estereotipos sociales no se
reproduce únicamente a partir de las noticias
de ámbito local o nacional relacionadas con
las minorías, sino que comienza en la información
internacional, y ésta resulta muchas veces
determinante en el desarrollo de concepciones erróneas
que se aplican posteriormente a hechos ocurridos
en el contexto radicalmente distinto de nuestra
realidad inmediata. Incluso la forma aparentemente
ingenua de caracterizar como exotismo algunos
comportamientos, costumbres, creencias, leyes e
incluso paisajes distintos a los de nuestro inmediato
entorno, acaba por establecer una diferencia
que se basa en la primacía indiscutible de
nuestros valores, dentro de una visión
general de nuestra pretendida superioridad cultural.
Ese exotismo constituye un primer e inadvertido
escalón en el proceso de la deformación
de la realidad en el tratamiento informativo, incluso
de llega a contener elementos indirectamente xenófobos.
Raramente se trata a otras culturas con el respeto
y el rigor debidos. Como ejemplo más repetido
en la práctica, cabe observar la identificación
automática del Islam con el fanatismo
religioso, olvidando de modo sistemático
su espíritu de tolerancia. El repetido cliché
del integrismo islámico, equiparando
a todos los musulmanes con los militantes de grupos
integristas de carácter más violento:
un despropósito semejante a la identificación
de los católicos con los minoritarios sectores
más integristas de la fe cristiana.
En la información sobre desastres naturales
y conflictos bélicos en algunas de las naciones
más castigadas del empobrecido Sur, la presentación
de la pobreza como algo consustancial e inevitable,
sin analizar sus causas, define a sus gentes como
atrasadas e incapaces. Finalmente, la falta
de contextualización de los hechos dramáticos
sugiere una cierta propensión de
pueblos enteros hacia situaciones de violencia,
que caracteriza a los estereotipos sociales como
originarios de pueblos inclinados a la violencia
no solo por sus terribles circunstancias actuales,
sino también por su cultura ancestral cuando
no por su propia naturaleza. De este modo, se deduce
que cuando algunos integrantes esos pueblos se convierten
en inmigrantes cabe esperar de ellos comportamientos
semejantes a los observados en las situaciones de
desastres nacionales exhibidas por los telediarios.
Pero los errores en el enfoque de la problemática
de las minorías, como la injusticia de las
transposiciones mecánicas o el recurso a
estereotipos, y el reflejo de viejos prejuicios
sociales que tienden a contemplar como fuente de
‘problemas sociales’ la presencia de
comunidades de inmigrantes o gitanos, no son vicios
profesionales exclusivos de los periodistas,
sino que a veces resultan notorios en el conjunto
de la sociedad. Todo ello constituye --por dar un
ejemplo-- el telón de fondo de los alarmantes
datos arrojados por un estudio realizado en 1998
por el sociólogo Manual Martín Serrano,
según el cual un 26 por 100 de los jóvenes
españoles mantiene actitudes discriminatorias
de naturaleza racista.
Ni siquiera las más altas personalidades
políticas, incluso los miembros del gobierno
más directamente concernidos por la problemática
de las minorías, están libres de los
pecados comunes en el tratamiento de las
cuestiones relacionadas con ellas. Así, el
mismísimo ministro del Interior afirmó
(el pasado 16 de mayo, durante el acto de toma de
posesión del Delegado del Gobierno para la
Extranjería y la Inmigración) que
‘la inmigración es el problema
número uno para la convivencia en España
en la próxima década.’
Mayor Oreja llegó a comparar la inmigración
con el terrorismo al decir que ‘si ETA
es un problema del siglo XIX, la inmigración
será la piedra angular de la convivencia
en el siglo XXI.’ El ministro planteó
la necesidad de hallar fórmulas para asegurar
la convivencia, afirmando que ‘desde el
concepto de la convivencia’ es como hay
que plantear todo acercamiento al tema de la inmigración.
Algo que suscriben todas las organizaciones de derechos
humanos y los distintos grupos que representan a
colectivos de inmigrantes y/o minorías sociales.
Pero el discurso de Mayor Oreja resultó poco
afortunado. Se producía en el contexto del
proyecto gubernamental de reforma de la polémica
Ley de Inmigración (aprobada finalmente con
los votos en contra del PP). Y sus palabras fueron
en seguida contestadas por entidades como ATIME,
que representa a trabajadores marroquíes.
¿Qué posición cabe adoptar
a los periodistas conscientes de la situación
así dibujada? Afirma Jean Ziegler que la
última tarea, el último deber --último
en el sentido de irrenunciable, no de postrero de
un intelectual, de un periodista, consiste en hacer
que el lector, el espectador, recupere plenamente
la capacidad casi perdida de horrorizarse ante el
horror. A base de contemplar escenas horrorosas
en los telediarios, el público acaba por
asumir inscientemente que tales horrores no son
atrocidades excepcionales sino actos
inevitables, casi consecuencias lógicas
de situaciones injustas, pero fatalmente incorregibles.
Entonces el horror se admite como algo natural en
determinados países, al menos en momentos
puntuales. Y sus víctimas tienen objetivamente
menos importancia: así, diez muertos de hambre
en Etiopía carecen de importancia.
Hay
que insistir ante los espectadores de los programas
informativos que el horror nunca es aceptable ni
lógico. Que la miseria y la violencia
no son consecuencias inevitables de situación
alguna, ni mucho menos resultan consustanciales
a la cultura o la historia de ningún pueblos.
Convendría, por ejemplo, recordar que la
barbarie nazi --con campos de exterminio y hornos
crematorios, empleo de mano de obra esclava y utilización
de seres humanos en experimentos, incluso el aprovechamiento
de cuerpos de víctimas del exterminio físico
de minorías para fabricar jabón--
no han tenido parangón en ningún país
tercermundista: ni siquiera en la Camboya de Pol
Pot se llegó a tales extremos, ni las matanzas
tribales en Ruanda resultaron más atroces
que las limpiezas étnicas en Bosnia. Por
no hablar de la guerra española, con hechos
puntuales tan atroces como haber toreado hombres
en Badajoz.
La
‘Declaración de Madrid: periodistas
contra el racismo y la xenofobia’ (firmada
el 25 de marzo de 1998 por organizaciones profesionales
y sindicales de periodistas de Alemania, España,
Francia, Irlanda, Italia, Portugal y Reino Unido)
estableció que ‘no se pude ser
neutral ante el racismo y la xenofobia’.
Una frase similar a la que ha repetido muchas veces
Juan de Dios Ramírez Heredia, periodista
y presidente de la Unión Romaní:
‘en la lucha contra el racismo no cabe la
objetividad. El periodista no puede militar en el
mismo campo de los racistas.’ Aquella
declaración de Madrid denunciaba la existencia
de prejuicios y estereotipos periodísticos
al informar sobre personas o grupos étnicos,
sociales, religiosos o culturales diferenciados.
Y recomendaba promover, en el marco de una cultura
de paz y democracia, ‘el rechazo de la
difusión acrítica de mensajes racistas
y xenófobos’, así como
la ‘potenciación de valores educativos
y formativos para un correcto conocimiento de las
minorías.’
Frente
a las tan repetidas teorías sobre la objetividad
informativa, consideradas como principio profesional
fundamental e irrenunciable, y expuestas casi como
un dogma de fe en todas las facultades y escuelas
de periodismo y televisión, los periodistas
deberíamos proclamar y ejercer el derecho
a cuestionar los límites de esa objetividad
en el tratamiento de determinadas realidades. Antes
que meros informadores, los periodistas somos personas
que nos vemos directamente afectados por las circunstancias
sociales; personas que debemos examinar de forma
crítica la realidad en que nos movemos y
reaccionar frente a ella, que tenemos el derecho
a indignarnos ante la injusticia y a hacer patente
nuestra indignación, que no podemos reprimir
nuestros sentimientos de dolor o impotencia ante
las tragedias humanas para limitarnos a exponerlas
de modo objetivo, sin investigar sus causas
y señalar a sus responsables y beneficiarios
últimos.
Los
periodistas debemos ser capaces de transmitir a
los espectadores de los informativos de televisión
nuestras propias emociones ante el horror o la injusticia,
mediante encuadres enfáticos en el rodaje,
con un manejo adecuado de los adjetivos en el texto
y la entonación precisa en su lectura, y
con una selección intencionada de imágenes
en el montaje. Si lo logramos, evitaremos que se
produzca la deshumanización de la información
como última y más perversa consecuencia
de la aplicación del dogma de la objetividad.
Y conjurando el riesgo de que el espectador objetive
las tragedias, combatiremos una mentalidad enfermiza
que se acostumbra a la desigualdad y a la violencia,
y que no valora igual la tortura, el hambre, la
opresión, la enfermedad o la muerte, según
se produzcan en naciones atrasadas o en
los países desarrollados de nuestro entorno.
La información no puede ser fría,
aséptica, cuando habla de principios éticos
universales y de derechos irrenunciables. No reclamo
posturas militantes, pero sí una
subjetividad ética, una actitud
comprometida con los valores esenciales del ser
humano. Porque debemos estar conscientes de que
el tratamiento de este tipo de noticias puede y
debe actuar como revulsivo social, o como fulminante
de actitudes solidarias. Como proclama Bernard Kouchner,
fundador de Médicos Sin Fronteras y actual
máximo responsable de Naciones Unidas en
Kosovo: “sin imágenes no hay indignación;
sin imágenes la injusticia solo golpea a
los desdichados; el gran enemigo de las dictaduras
y del subdesarrollo son las imágenes. Utilicémoslas’.
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