Encabezado VR
Separador SeparadorSeparador Separador Separador librosSeparador ConferenciasSeparador Cine mudoSeparador Biografía y álbum fotográficoSeparador Enlaces de interésSeparador

CONFERENCIAS

‘Minorías y medios de comunicación’
    Obra colectiva, dirigida por Fernando M. Mariño.
     Instituto de Estudios Internacionales y Europeos Francisco de Vitoria, 2001.

(Universidad Carlos III de Madrid, 2002)

(Este texto responde a una invitación de Fernando Mariño, sin otra pretensión que aportar un punto de vista particular a unas jornadas de debate en la Universidad. Se trata de una aproximación a un tema que actualmente resulta crucial para los periodistas de televisión, y que merecería planteamientos más detenidos, profundos y rigurosos que este mero hilvanado de algunos datos con mi propia experiencia profesional y mis opiniones personales.)

El mayor desafío actual y futuro de los informativos de televisión aparece planteado en el terreno de la ética. El correcto tratamiento de los contenidos continúa en el centro del debate, en una etapa de vertiginosos avances técnicos, que se traducen en un constante aumento de las facilidades de transmisión y recepción de las imágenes, la inmediatez en la elaboración y difusión de las noticias, y la accesibilidad a fuentes de documentación.

El problema de fondo afecta a todos los aspectos de la actualidad, ya que durante la producción de las noticias y reportajes, los periodistas raramente cuestionan los límites y las insuficiencias del sistema político vigente, ni tampoco las cada vez más evidentes contradicciones de un sistema económico que tiende a una globalización acrítica de sus fundamentos y procedimientos y parece inmune a cualquier análisis sobre la desigualdad crónica en que se basa. Así, los medios en general --y especialmente la televisión-- tienden a ofrecer una visión uniforme e inmutable de los marcos generales de la política y la economía.

Tan solo en las cuestiones de ámbito social inmediato (principalmente en los temas locales y sucesos) suele advertirse un cierto afán crítico de fondo. Así, resulta evidente la diferencia de planteamientos --e incluso de tono-- que ofrecen las informaciones sobre casos de violencia en el hogar o malos tratos a la infancia, atropellos administrativos, y sentencias judiciales o acciones de la Justicia contrarias al sentir popular.

Donde resulta más notoria la necesidad de un constante y profundo examen de los contenidos informativos es precisamente en los temas sociales más inmediatos, y en especial en los relacionados con las minorías. Las noticias protagonizadas por inmigrantes o gitanos, o relacionadas con estos grupos, son las que acusan de forma más directa y repetida la necesidad de que la profesión periodística encare el desafío ético de su correcto tratamiento, sin sacrificar el rigor profesional y la conciencia personal a las crecientes exigencias de mayor rapidez en la elaboración y difusión de las noticias.

Sin embargo, los aspectos éticos de la información suscitan mínimas preocupaciones en las empresas y son objeto de cuidados muy reducidos, frente a la constante actualización de conocimientos técnicos que requiere la realización de los programas informativos en televisión. Así, mientras que todas las empresas organizan cursos para el aprendizaje o adecuación del personal en el manejo de nuevos tipos de cámaras o equipos de montaje, manipulación, almacenamiento y transmisión de la imagen y el sonido, se presta una mínima atención al correcto tratamiento de los contenidos.

Además, el tratamiento de las informaciones se ve condicionado por las exigencias de urgencia, cuando no de inmediatez, en la difusión de las noticias, y el correcto planteamiento de algunas cuestiones que constituyen motivos de permanente inquietud y polémica sociales suele depender finalmente de la buena intención o incluso de la intuición de los periodistas. El ritmo en constante aceleración de la televisión (el mayor de todos los medios, sin los horarios fijos de cierre de la Prensa escrita, y con mucho mayor elaboración técnica que la radio) obstaculiza cuando no llega a impedir la mínima serenidad y reflexión en el trabajo. Lejos de buscar la documentación imprescindible sobre cuestiones culturales de carácter minoritario, o de contrastar hechos y opiniones con fuentes emanadas de esos medios culturales minoritarios, los periodistas caen en rutinas perniciosas y acaban reflejando de modo inconsciente los valores dominantes, lo que causa una reproducción permanente de los estereotipos acuñados a lo largo de años, sin que se cuestione jamás su validez ni mucho menos los prejuicios a los que aquellos suelen obedecer.

El aumento de la inmigración y, por tanto, de las noticias relacionadas con de minorías étnicas en España, es una realidad fácil de constatar. También, la periódica aparición de brotes de racismo en la sociedad española, tanto frente a la presencia creciente de inmigrantes magrebies y subsaharianos, como a los más antiguos problemas de convivencia con grupos gitanos. Sin embargo, frente al innegable incremento de la conflictividad social en los sectores sociales en mayor contacto con esas minorías, el tratamiento de las informaciones periodísticas en la mayoría de los casos continúa basándose en el recurso mecánico a estereotipos, y reproduciendo así viejos prejuicios.

Ante esta situación, que se hace patente de forma repetida, ninguna de las televisiones españolas se ha planteado la adopción de medidas correctoras adecuadas. Se puede afirmar que no existe consciencia de tal necesidad. Las empresas no han buscado la especialización de redactores en la problemática de las principales minorías sociales, ni mucho menos en el conocimiento de sus pautas culturales específicas. Y en los consejos de redacción --allá donde existen éstos o figuras profesionales semejantes-- como en las reuniones de planificación cotidiana de los informativos, rara vez surge un debate en profundidad sobre el correcto tratamiento de las noticias relacionadas con minorías. Ello explica --que no justifica-- la falta de normativas específicos en cada medio, así como el que no se adopte (aunque fuera parcialmente) o adapte algún código deontológico profesional, como el propuesto por el Colegio de Periodistas de Cataluña en 1997, que al menos contiene un punto dedicado específicamente al tratamiento de las informaciones sobre las minorías. Ni siquiera los distintos ‘libros de estilo’, en las empresas que los han desarrollado, contienen referencias suficientemente precisas para garantizar enfoques correctos, limitándose generalmente a cuestiones obvias en el empleo del lenguaje.

Cuando Televisión Española (TVE) era la única televisión en España y ejercía el monopolio de la información oficial a través de la pequeña pantalla, se promulgó una normativa general sobre su funcionamiento que contenía una importante referencia expresa al tratamiento de las minorías. Los denominados ‘principios básicos de programación’ todavía en vigor fueron aprobados por unanimidad en el Consejo de Administración del Ente Público RTVE el 28 de julio de 1981, siendo director general de RTVE Fernando Castedo Alvarez, con el título de ‘Principios básicos y líneas generales de la programación de los Medios dependientes del Ente Público’. En su punto tercero, apartado 3.1 sobre ‘La información y la opinión’, quedó establecido que ‘la sensibilidad social (...) exige un cuidadoso uso de aquellos términos de índole calificativa --tales como ‘gitano’, ‘homosexual’, ‘parado’, ‘extranjero’, etc.-- que pudieran ser utilizados o interpretados de forma peyorativa, o relacionados con hechos condenables en aparente relación causa-efecto, o que pudieran inducir actitudes de marginación.’ Esa exigencia de hacer ‘cuidadoso uso’ del idioma también aparece implícitamente contenido en el párrafo siguiente del mismo texto: ‘La cualidad esencial de la noticia debe ser su plena objetividad. Los elementos que la conforman deben describirse con precisión, rechazándose todo tipo de argumentaciones que pudieran condicionar en el público una valoración parcial o equívoca del hecho’.

Aunque no se refiere expresamente al respeto por las minorías, este texto resulta perfectamente aplicable al tratamiento informativo de las mismas. Sin duda, tales ‘principios básicos’ resultan insuficientes, pero no cabe duda sobre su importancia aún limitándose al lenguaje, ya que el empleo de un solo término equívoco o despectivo condiciona gravemente la percepción del contexto de las noticias sobre todo cuando existe una inquietud social y un contexto de antiguos prejuicios. Curiosamente, los ‘principios básicos’ no tuvieron reflejo en el ‘Libro de Estilo de los Servicios Informativos de TVE’ redactado posteriormente por Miguel Pérez Calderón, ni tampoco en el ‘Manual de Estilo de TVE’ de Salvador Mendieta.

El primero de ellos, el ‘Libro de Estilo de los Servicios Informativos de TVE’ (Miguel Pérez Calderón, Servicio de Publicaciones del Ente Público RTVE, 1985) muestra una casi absoluta insensibilidad social, planteando las cuestiones de normativa del lenguaje únicamente en el terreno de la corrección gramatical. No dedica ni una línea al tema del respeto por las minorías, ni siquiera cuando aborda el tema de ‘la influencia de la radio y la televisión en la sociedad’. Y ello pese a que su propio autor escribiera en su página 38 que ‘un Libro de Estilo tiene que ser un repertorio de normas de actuación, de advertencias y de reglas, un manual de redacción para escribir y hablar en nuestro especial oficio (que como repetidamente se ha dicho, no es exactamente el del escritor, aunque sea semejante y paralelo al de éste) con especial insistencia, pues, en los problemas específicos de nuestro trabajo y en los escollos que a diario encontramos en él, la forma de salvarlos y las equivocaciones en que podamos caer.’ Pero la propuesta de Pérez Calderón quedó limitada a unas mínimas normas reguladoras del ‘arte de hablar y escribir correctamente una lengua’. Cuestiones de gramática, no de ética.

El segundo trabajo, el ‘Manual de Estilo de TVE’ (Salvador Mendieta, Editorial Labor SA, 1993) tampoco enuncia preocupación social alguna ni plantea los riesgos en el uso del lenguaje al tratar el tema de las minorías, aunque establece normas sobre el empleo de gentilicios, vocablos equívocos e insultos. Cabe señalar que, frente a esta ausencia, resulta chocante el cuidado puesto por el autor en numerosas precisiones sobre ‘tratamientos y preferencias’ a tener en cuenta en el protocolo de autoridades asistentes a actos oficiales. Así, pese a que Fernando Lázaro Carreter, como Director de la Real Academia Española, afirme cortésmente en el Prólogo de este manual de estilo no haber ‘hallado objeciones importantes que oponerle’, el trabajo de Mendieta es claramente insuficiente. Ni siquiera hace referencias concretas al empleo de expresiones ambiguas o ambivalentes, ni a las posibles connotaciones despreciativas, xenófobas o incluso racistas, de términos o expresiones muy habituales que pesan decisivamente en el contexto de informaciones concernientes a minorías.

Ninguno de estos dos trabajos ha sido nunca materia de consulta en los Servicios Informativos de TVE. De hecho, la mayoría de los integrantes de las redacciones de los telediarios y de programas como ‘Informe Semanal’ o ‘En Portada’ desconocen su existencia. Nunca tuvieron utilidad alguna y ambos han quedado justamente olvidados.

Alfredo Urdaci, director de los Servicios Informativos de TVE, admite que ‘ante la carencia de normas precisas, el respeto por las minorías en los contenidos informativos se debe generalmente a la sensibilidad de los redactores, ya que le tratamiento de las noticias se deja a su libre albedrío. Y hay que reconocer que en la redacción se tratan esos temas con sumo cuidado, especialmente todo lo concerniente a gitanos y discapacitados. Esta demostrado que existe una alta conciencia social entre los informadores, aunque cada vez se trabaja más de prisa, con menos posibilidad para la reflexión y la consulta de fuentes.’

Para Urdaci, los problemas reales de las minorías no tienen una atención suficiente en las televisiones y lo atribuye ‘tal vez a que las minorías no vendan, a que la audiencia prefiera otros asuntos menos molestos para sus conciencias, y tanto desde los informativos como desde los programas de ocio se busca incidir en temas de consumo masivo, porque una cosa es lo que trates de predicar desde el púlpito y otra lo que en el fondo piensa la gente.’

Preguntado si se echa en falta una normativa más precisa que establezca pautas estrictas para el planteamiento informativo de cuestiones relacionadas con minorías, el director de los Servicios Informativos de TVE responde que sí: ‘dejar todo al buen juicio personal de cada redactor supone tanto el riesgo de caer en arquetipos y prejuicios como en el extremo contrario, en enfoques paternalistas; para conjurar ese riesgo, sería interesante contar con una normativa, con un código deontológico que garantizase tanto las formas de tratamiento correctas como la consulta de las fuentes adecuadas. Pero no debería ser una normativa desarrollada fuera de las redacciones e impuesta a los periodistas, sino que quienes tratan con materiales informativos sobre minorías deberían tener voz en el debate y redacción de dichas normas para garantizar su eficacia.’

Sin embargo, Alfredo Urdaci observa que las organizaciones representativas de distintos grupos minoritarios no suelen dirigirse a los Servicios Informativos de TVE exigiendo tener voz en las informaciones que les conciernen, ni siquiera para ofrecerse como posibles fuentes consultivas. ‘Son muy pocas las que, como Iniciativa Gitana, envían algún fax o llaman por teléfono y piden tener una presencia en las informaciones sobre asuntos puntuales que les conciernen.’

En las televisiones privadas las cosas no son muy diferentes que en la pública. Ernesto Sáenz de Buroaga, director de Informativos de Antena 3, reconoce que en esta cadena ‘no existe normativa alguna sobre el tratamiento de la problemática de las minorías sociales’' y admite que ‘el tema no suele tratarse en profundidad, sino solo a partir de noticias generadas por conflictos y/o desgracias, ya sean la tragedia sin fin de las pateras con inmigrantes clandestinos o la discriminación de niños gitanos en un colegio como en Barakaldo; solo entonces encuentra sitio en el minutado de los informativos, y escaso.’ Según su propia experiencia, cuando los noticiarios refieren hechos dramáticos que afectan a ‘las mayorías olvidadas de las que provienen nuestras minorías’ --como los trágicos conflictos de hambrunas o persecuciones étnicas en Africa-- un importante sector del público evita su contemplación y zapea o apaga el televisor, especialmente cuando este tipo de informaciones se ofrece a la hora de cenar. Sin embargo, Buroaga considera que ‘proporcionar esas informaciones a los espectadores constituye una obligación moral, aunque conlleve una disminución de los índices de audiencia.’

Tampoco en los informativos de Antena 3 existe un código deontológico, y su director de Informativos se muestra contrario a su existencia, considerando preferible una ‘sensibilización de la redacción’ ya que entiende que ‘no sería bueno tener que recurrir a él para decidir como tratar cuestiones que lo que requieren es intuición, sensibilidad, humanidad y conciencia por parte de los profesionales de la información, para abordarlas sin generar más rechazos sociales o sin agravar los ya existentes.’

Buroaga señala como ‘una ventaja’ que la media de edad de su redacción sea de treinta años, por entender que ello garantiza una mayor sensibilidad personal ante cuestiones sociales, simpatía por las ONG y las inquietudes que canalizan, e incluso una cierta inclinación a tomar partido por los más débiles. Admite la difusión de imágenes duras (y cita como ejemplo las de cadáveres de inmigrantes en las playas andaluzas, o de drogodependientes inyectándose) como ‘parte de una realidad que no se debe ocultar; son secuencias desagradables pero que ofrecen visiones de la realidad, frente a las “realidades falsas” de programas de televisión como El Gran Hermano.’

En cuanto a la posible presencia en pantalla de algunas organizaciones sociales de minorías como forma de contraste y matización de las informaciones, Ernesto Sáenz de Buroaga lamenta que la premura en la redacción y montaje de las noticias no permita la deseable consulta con fuentes pertenecientes a los grupos concernidos, ya que muchas veces no resultan fácilmente accesibles. Además, el director de los informativos de Antena 3 coincide con su homólogo de TVE, Alfredo Urdaci, en que ‘generalmente estas entidades no se dirigen a nosotros, no llaman ni presionan para hacerse oír’. En definitiva, que las vías de comunicación con representantes de las minorías sociales resultan insuficientes e inoperantes.

Los mayores grados de atención a las minorías y de sensibilidad en el tratamiento de sus problemas corresponden a algunas cadenas públicas autonómicas, como Canal Sur y Telemadrid. Esta última puso en marcha recientemente un programa informativo específicamente dedicado a las principales minorías sociales, titulado ‘Sin Fronteras’. Un empeño loable, pero de escasa trascendencia ya que, al estar destinado a un público exclusivamente formado por inmigrantes, su enfoque de los temas no resulta el más adecuado para que también interesara a un público generalista, brindándole la oportunidad de informarse mejor, gracias a un tratamiento más extenso y documentado de lo habitual en los espacios de ‘Telenoticias’, así como de conocer problemas concretos y puntos de vista expuestos ante las cámaras por portavoces de distintos grupos de inmigrantes. Ubicado en la parrilla de emisiones de Telemadrid en un horario tan ‘restrictivo’ como las nueve de la mañana de los domingos, ‘Sin Fronteras’ apenas ha tenido repercusión.

Paradójicamente, al mismo tiempo que creaba este espacio para inmigrantes, Telemadrid mantenía en muchas de las noticias incluidas en sus informativos diarios el mismo tono neutro y el tratamiento impreciso --a veces incluso lastrado por el recurso a los estereotipos-- común a todas las televisiones. Pero este tipo de contradicciones es frecuente en el mundo de la televisión, no solo en España: se ofrecen programas de planteamientos distintos --cuando no claramente opuestos-- sobre el mismo tipo de contenidos, en emisiones destinadas a dos públicos muy diferenciados. Una dualidad éticamente inaceptable, que responde a una concepción de fondo inconfesable pero asentada en el inconsciente colectivo: la separación de la sociedad en dos bloques. Un ‘nosotros y ellos’, que tienden también a manifestar en su trabajo los informadores, que se dirigen a un público nuestro establecido y otro marginal. En definitiva un nosotros del que forman parte activa los periodistas, y un ellos al que pertenecen los inmigrantes de comunidades étnicas distintas, y los españoles de grupos sociales con problemáticas muy distintas pero siempre situados en los márgenes del sistema: gitanos, drogodependientes, homosexuales...

De este modo la sensibilidad de los redactores, su alta conciencia social y el sumo cuidado al elaborar las informaciones, a las que hacía referencia Alfredo Urdaci hablando de los telediarios de TVE, e incluso esa tendencia a tomar partido por los más débiles de la que hablaba Ernesto Sáenz de Buroaga, se traducen habitualmente en un simple tono bienintencionado. Y el tratamiento de las noticias relacionadas con las minorías, en particular con gitanos e inmigrantes, contiene finalmente un mensaje integrador en nuestra sociedad. Un mensaje positivo, pero cuyos límites se encuentran precisamente en la voluntad de integración, sin entrar en mínimas consideraciones sobre peculiaridades y condicionantes sociales, ni mucho sobre el respeto de las diferencias culturales de fondo y el mantenimiento de señas de identidad como garantías para una convivencia integradora. En suma, confiar a la conciencia y/o la sensibilidad de los periodistas el tratamiento correcto de las informaciones sobre las minorías, sin definir expresamente un marco social de trabajo y unas concepciones sociales precisas, supone asumir un evidente riesgo de paternalismo.

Hay que reconocer, sin embargo, que --tal vez como fruto último de la propia presión de estos temas en el minutado de los informativos-- durante los últimos meses algunas cadenas de televisión se han esforzado en la producción de noticias y reportajes propios sobre aspectos de fondo de cuestiones relacionadas con minorías sociales. Como ejemplos podrían citarse las crónicas en Telemadrid sobre inmigración magrebí, realizadas durante el mes de junio por un equipo de enviados especiales a Tetuán y Ceuta; o las tandas de informaciones sobre ONG y acciones humanitarias que Tele 5 está emitiendo, agrupadas en bloques semanales, durante todo este año. Pero, aunque se trata de experiencias positivas --sobre todo por su propio significado interno-- no dejan de ser excepciones puntuales, incluso claramente diferenciadas en los paquetes informativos donde se incluyen. Incluso cabe sospechar que obedecen más a un cierto afán de cosmética política por parte de las empresas, que a una voluntad correctora de insuficiencias y defectos crónicos en el tratamiento informativo.

En 1998, el Consell Audiovisual de Catalunya (CAC) realizó un estudio sobre el tratamiento de las minorías étnicas y culturales --principalmente gitana, magrebí y subsahariana-- en distintas televisiones del estado español: TVE, los canales autonómicos catalanes TV3 y Canal 33, y las privadas de ámbito estatal Tele 5, Antena 3 y Canal +. Se visionaron 784 horas de programación, de las que fueron seleccionadas para su análisis 112 horas, emitidas entre el 18 y el 26 de septiembre de 1998. Los datos del estudio fueron presentados en 14 de julio de 1999, y obtuvieron un amplio reflejo en las secciones de televisión de la prensa diaria.

Una de las conclusiones de dicho estudio fue que las televisiones públicas dedican mayor atención a las minorías que las privadas. Es lógico. La televisión estatal en primer lugar, y las autonómicas después, son también las que realizan mayores esfuerzos en las tareas informativas. Y las que están estatutariamente definidas como servicios públicos. Sin embargo, esa mayor cantidad de minutos, e incluso el mayor cuidado en la presentación de las informaciones sobre minorías, no significa que no acusen defectos comunes con las privadas, sobre todo por el empleo de los mismos estereotipos. Aunque el presidente del CAC, Lluís de Carreras, proclamara en la presentación del citado informe que ‘cada vez es más frecuente la utilización de un lenguaje políticamente correcto sobre todo en lo referente a informativos y documentales y al desconocimiento de la realidad cultural y social de los colectivos a los que se hace mención’, también tuvo que denunciar como un hecho que las televisiones siguen ‘tendiendo a reproducir estereotipos sobre minorías y tratan esas noticias con cierto paternalismo.’

El resultado estadístico de las 112 horas de programación analizadas por el CAC establecía que el 62 por 100 de las noticias sobre minorías correspondía a las pertenecientes al Africa negra, mientras las referidas a magrebies se reducían a un 9 por 100, y los asuntos relacionados con la comunidad gitana quedaban limitados a un 5 por 100. Por temática, el primer lugar correspondía a la inmigración, convertida en tema estrella con un 40 por 100, seguido por guerras o violencia (17 por 100) y desastres naturales (14 por 100). Quedaba patente que de los países de origen de las minorías étnicas presentes en España, se informa casi exclusivamente sobre hechos dramáticos, lo que produce una visión de conjunto caótica, sin que casi nunca se expliquen sus causas de fondo, ni se ofrezcan datos complementarios sobre contexto político y económico, ni tampoco claves culturales para facilitar la comprensión de los hechos.

Luis de Carreras llegó a comentar que cuando se incluyen datos estadísticos sobre esos países se hace casi exclusivamente para subrayar su dramática realidad social y su atraso o exotismo. Cabría añadir a sus palabras que jamás se mencionan responsabilidades históricas --como las herencias perversas del colonialismo--, ni el sometimiento de las estructuras económicas nacionales a los intereses de grandes corporaciones multinacionales que determinan el monocultivo y fijan los precios de materias primas, o el papel de las entidades financieras internacionales que imponen determinados marcos políticos y sociales, como limitaciones salariales, control de gasto social, etcétera. Tampoco suele hacerse referencia a las raíces del endeudamiento externo, ni en el insuperable lastre que éste supone. Ni siquiera suelen mencionarse ya los condicionantes geopolíticos, que durante la época de la guerra fría llegaron a traducirse en militarismos y conflictos bélicos por delegación.

Las principales conclusiones del informe del CAC resultan asumibles por amplias en su formulación y evidentes en su necesidad urgente: eliminar referencias a orígenes étnicos cuando no sea imprescindible citarlos para la comprensión de la noticia o no estén en el origen de la misma, aportar mayor información contextual, evitar sinónimos equívocos y ampliar la recogida de opiniones en el seno de las minorías afectadas.

El estereotipo más repetido, y también el más antiguo, es el que afecta a la principal minoría étnica española: los gitanos. En la introducción al trabajo ‘El Pueblo Gitano / Manual para periodistas’ (editado en 1988 por Unión Romaní) escribe Juan de Dios Ramírez - Heredia que en la ‘rutina productiva de los medios de comunicación las minorías étnicas, especialmente el pueblo gitano, suelen llevar la peor parte. Cada día asistimos impotentes a la difusión de informaciones relacionadas con algún miembro de nuestra comunidad en las que, por el tratamiento dado por los periodistas, se atribuye a todo el grupo un hecho protagonizado por un solo individuo. De esta manera se construyen una serie de estereotipos que, con el tiempo, calan en el conjunto de la ciudadanía y determinan su actitud frente a un pueblo que, como el gitano, no tiene más defectos ni virtudes que el resto: es, sencillamente, distinto. Esta práctica se agrava con el ritmo cada vez más vertiginoso de producción y consumo informativo que hace que los periodistas apenas dispongan de tiempo para documentarse y contrastar su información’.

Al abordar el tratamiento ‘sesgado’ que los medios de comunicación --no solo los españoles, también los europeos en general-- dan a la comunidad gitana recurriendo a estereotipos, la Unión Romaní plantea que ‘todavía existe un enorme desconocimiento de la realidad gitana.’ Ese evidente desconocimiento de la realidad autóctona del pueblo gitano, que forma parte de la ciudadanía española, y la ignorancia de sus costumbres resulta totalmente injustificable en una sociedad que se supone culta y democrática. Para paliarlo, se recurre a estereotipos que se perpetúan e incluso se agravan, mediante la repetición de imágenes de marginación que alimentan viejos prejuicios discriminatorios.

Así, se denominan ‘tribus’ a los grandes agrupamientos gitanos, ignorando sus orígenes históricos; y el conjunto de sus antiquísimas leyes se considera como meras prácticas tradicionales, llegando a presentar la venganza sangrienta como una costumbre. Se identifica a los gitanos --como también a los inmigrantes-- de forma automática con gente pobre y sucia, que practica la mendicidad y/o la delincuencia. De un gitano siempre se espera que se tome la justicia por su mano, confundiendo su solidaridad de grupo con la formación de bandas, y se cree que va siempre armado, al menos con una enorme navaja. En cuanto a la modificación de los estereotipos, la más dramática entre cuantas se han producido recientemente tiende a identificar a los núcleos de población gitana marginada con supermercados de la droga, dando a entender muchas veces que esa pobreza no constituye una condena social sino una forma de enmascarar la riqueza obtenida del indigno negocio del narcotráfico. Casi como única variante positiva de estos atroces estereotipos aparece el gitano integrado que actúa en espectáculos folklóricos y disfruta de cierta notoriedad en la llamada Prensa del corazón.

En general, al referirse en las noticias de televisión a la minoría gitana suele plantearse implícitamente la necesidad de su integración social, como si con ello se persiguiera una normalización cultural que, mediante la aceptación de un marco social ajeno a la historia y las tradiciones propias de ese pueblo, sirviera para homologar las diferencias étnicas en una suerte de convivencia por sometimiento. La mayor perversión ideológica se alcanza cuando las informaciones conllevan un mensaje de asimilación como forma de integración social. Por eso, la Unión Romaní recomienda diferenciar cuidadosamente tales conceptos al elaborar las informaciones relacionadas con gitanos, e insiste en hablar del acceso de los gitanos a la educación, el trabajo o la vivienda, pero manteniendo sus propios rasgos culturales, en lugar de promover una mera integración.

En otro estudio realizado por la Unión Romaní en julio de 1998, (titulado “¿Periodistas contra el racismo. La Prensa española ante el pueblo gitano”), tras analizar 7.500 textos aparecidos en 124 publicaciones durante 1995 y 1996, se alcanzaban unas conclusiones perfectamente aplicables a los informativos de televisión: la premura de tiempo en las redacciones, la comodidad de los periodistas, y la práctica generalizada de rutinas en su trabajo, son causas de que no se contrasten debidamente los datos ni se consulten distintas fuentes, tareas siempre imprescindibles pero especialmente determinantes cuando se trata de minorías étnicas con culturas diferentes.

Sergio Rodríguez, periodista gitano (en este caso el dato étnico es relevante) y coordinador del estudio, aseguraba que ‘los periodistas abordan la realidad gitana desde un punto de vista más social que cultural. Esto supone una visión sesgada, acostumbrando al lector a pensar que los gitanos no generan noticias sobre otros temas’. Otro de los autores del trabajo, el periodista (también gitano) Sebastián Porras, señala que la mayoría de las informaciones caracterizan a los gitanos casi exclusivamente como delincuentes o artistas, empleando unos estereotipos cuya aceptación supone considerar a los gitanos como gentes difíciles para la convivencia. Es cierto que los textos, tanto en prensa escrita como en televisión, suelen complementarse con imágenes de niños descalzos, con mocos y el culo al aire, viviendo en una barraca. Y que ello supone un enfoque distorsionado del conjunto de la realidad gitana, ya que mientras se insiste siempre en las altas tasas de analfabetismo, jamás se citan datos como la actual presencia de trescientos gitanos en las aulas universitarias. El citado estudio concluía que aunque el 61,15 por 100 de las informaciones examinadas se consideraba positivo, todavía se daba un 31,10 de planteamientos negativos.

Para valorar la importancia de la televisión, la Unión Romaní llega a afirmar que ‘un espacio de 30 segundos en un informativo de alguna cadena estatal en prime time, en el que se difunda un texto basado en alguno de los estereotipos con los que cargan los romá, puede echar por tierra el trabajo de muchos meses de las organizaciones gitanas.’ Más conscientes que nadie del impacto social de la televisión, las empresas de este medio tendrían que extremar el cuidado de sus mensajes con materiales informativos tan delicados como son los concernientes a las minorías. Deberían imponer un control en el manejo del lenguaje, precisando en los libros de estilo la correcta utilización de imágenes, términos y expresiones, descartando aquellos que los propios gitanos evitan para referirse a su comunidad. Y también impulsando la creación de códigos deontológicos por parte de los profesionales de la información, que sirvan de referencia a su trabajo. Pero, sobre todo, hay que insistir en la necesidad de una mayor formación ética de los profesionales. En universidades y escuelas de Periodismo e Imagen, además de las materias puramente técnicas e incluso por encima de ellas, habría que impulsar conocimientos no académicos de los todos aspectos de la realidad social en que se mueven las minorías. Porque el problema de un correcto tratamiento de las informaciones no se limita a cuestiones formales en el empleo del lenguaje o la reiteración de estereotipos, sino de que exige soluciones basadas en criterios sociales de fondo.

La fijación de estereotipos sociales no se reproduce únicamente a partir de las noticias de ámbito local o nacional relacionadas con las minorías, sino que comienza en la información internacional, y ésta resulta muchas veces determinante en el desarrollo de concepciones erróneas que se aplican posteriormente a hechos ocurridos en el contexto radicalmente distinto de nuestra realidad inmediata. Incluso la forma aparentemente ingenua de caracterizar como exotismo algunos comportamientos, costumbres, creencias, leyes e incluso paisajes distintos a los de nuestro inmediato entorno, acaba por establecer una diferencia que se basa en la primacía indiscutible de nuestros valores, dentro de una visión general de nuestra pretendida superioridad cultural. Ese exotismo constituye un primer e inadvertido escalón en el proceso de la deformación de la realidad en el tratamiento informativo, incluso de llega a contener elementos indirectamente xenófobos.

Raramente se trata a otras culturas con el respeto y el rigor debidos. Como ejemplo más repetido en la práctica, cabe observar la identificación automática del Islam con el fanatismo religioso, olvidando de modo sistemático su espíritu de tolerancia. El repetido cliché del integrismo islámico, equiparando a todos los musulmanes con los militantes de grupos integristas de carácter más violento: un despropósito semejante a la identificación de los católicos con los minoritarios sectores más integristas de la fe cristiana.

En la información sobre desastres naturales y conflictos bélicos en algunas de las naciones más castigadas del empobrecido Sur, la presentación de la pobreza como algo consustancial e inevitable, sin analizar sus causas, define a sus gentes como atrasadas e incapaces. Finalmente, la falta de contextualización de los hechos dramáticos sugiere una cierta propensión de pueblos enteros hacia situaciones de violencia, que caracteriza a los estereotipos sociales como originarios de pueblos inclinados a la violencia no solo por sus terribles circunstancias actuales, sino también por su cultura ancestral cuando no por su propia naturaleza. De este modo, se deduce que cuando algunos integrantes esos pueblos se convierten en inmigrantes cabe esperar de ellos comportamientos semejantes a los observados en las situaciones de desastres nacionales exhibidas por los telediarios.

Pero los errores en el enfoque de la problemática de las minorías, como la injusticia de las transposiciones mecánicas o el recurso a estereotipos, y el reflejo de viejos prejuicios sociales que tienden a contemplar como fuente de ‘problemas sociales’ la presencia de comunidades de inmigrantes o gitanos, no son vicios profesionales exclusivos de los periodistas, sino que a veces resultan notorios en el conjunto de la sociedad. Todo ello constituye --por dar un ejemplo-- el telón de fondo de los alarmantes datos arrojados por un estudio realizado en 1998 por el sociólogo Manual Martín Serrano, según el cual un 26 por 100 de los jóvenes españoles mantiene actitudes discriminatorias de naturaleza racista.

Ni siquiera las más altas personalidades políticas, incluso los miembros del gobierno más directamente concernidos por la problemática de las minorías, están libres de los pecados comunes en el tratamiento de las cuestiones relacionadas con ellas. Así, el mismísimo ministro del Interior afirmó (el pasado 16 de mayo, durante el acto de toma de posesión del Delegado del Gobierno para la Extranjería y la Inmigración) que ‘la inmigración es el problema número uno para la convivencia en España en la próxima década.’ Mayor Oreja llegó a comparar la inmigración con el terrorismo al decir que ‘si ETA es un problema del siglo XIX, la inmigración será la piedra angular de la convivencia en el siglo XXI.’ El ministro planteó la necesidad de hallar fórmulas para asegurar la convivencia, afirmando que ‘desde el concepto de la convivencia’ es como hay que plantear todo acercamiento al tema de la inmigración. Algo que suscriben todas las organizaciones de derechos humanos y los distintos grupos que representan a colectivos de inmigrantes y/o minorías sociales. Pero el discurso de Mayor Oreja resultó poco afortunado. Se producía en el contexto del proyecto gubernamental de reforma de la polémica Ley de Inmigración (aprobada finalmente con los votos en contra del PP). Y sus palabras fueron en seguida contestadas por entidades como ATIME, que representa a trabajadores marroquíes.

¿Qué posición cabe adoptar a los periodistas conscientes de la situación así dibujada? Afirma Jean Ziegler que la última tarea, el último deber --último en el sentido de irrenunciable, no de postrero de un intelectual, de un periodista, consiste en hacer que el lector, el espectador, recupere plenamente la capacidad casi perdida de horrorizarse ante el horror. A base de contemplar escenas horrorosas en los telediarios, el público acaba por asumir inscientemente que tales horrores no son atrocidades excepcionales sino actos inevitables, casi consecuencias lógicas de situaciones injustas, pero fatalmente incorregibles. Entonces el horror se admite como algo natural en determinados países, al menos en momentos puntuales. Y sus víctimas tienen objetivamente menos importancia: así, diez muertos de hambre en Etiopía carecen de importancia.

Hay que insistir ante los espectadores de los programas informativos que el horror nunca es aceptable ni lógico. Que la miseria y la violencia no son consecuencias inevitables de situación alguna, ni mucho menos resultan consustanciales a la cultura o la historia de ningún pueblos. Convendría, por ejemplo, recordar que la barbarie nazi --con campos de exterminio y hornos crematorios, empleo de mano de obra esclava y utilización de seres humanos en experimentos, incluso el aprovechamiento de cuerpos de víctimas del exterminio físico de minorías para fabricar jabón-- no han tenido parangón en ningún país tercermundista: ni siquiera en la Camboya de Pol Pot se llegó a tales extremos, ni las matanzas tribales en Ruanda resultaron más atroces que las limpiezas étnicas en Bosnia. Por no hablar de la guerra española, con hechos puntuales tan atroces como haber toreado hombres en Badajoz.

La ‘Declaración de Madrid: periodistas contra el racismo y la xenofobia’ (firmada el 25 de marzo de 1998 por organizaciones profesionales y sindicales de periodistas de Alemania, España, Francia, Irlanda, Italia, Portugal y Reino Unido) estableció que ‘no se pude ser neutral ante el racismo y la xenofobia’. Una frase similar a la que ha repetido muchas veces Juan de Dios Ramírez Heredia, periodista y presidente de la Unión Romaní: ‘en la lucha contra el racismo no cabe la objetividad. El periodista no puede militar en el mismo campo de los racistas.’ Aquella declaración de Madrid denunciaba la existencia de prejuicios y estereotipos periodísticos al informar sobre personas o grupos étnicos, sociales, religiosos o culturales diferenciados. Y recomendaba promover, en el marco de una cultura de paz y democracia, ‘el rechazo de la difusión acrítica de mensajes racistas y xenófobos’, así como la ‘potenciación de valores educativos y formativos para un correcto conocimiento de las minorías.’

Frente a las tan repetidas teorías sobre la objetividad informativa, consideradas como principio profesional fundamental e irrenunciable, y expuestas casi como un dogma de fe en todas las facultades y escuelas de periodismo y televisión, los periodistas deberíamos proclamar y ejercer el derecho a cuestionar los límites de esa objetividad en el tratamiento de determinadas realidades. Antes que meros informadores, los periodistas somos personas que nos vemos directamente afectados por las circunstancias sociales; personas que debemos examinar de forma crítica la realidad en que nos movemos y reaccionar frente a ella, que tenemos el derecho a indignarnos ante la injusticia y a hacer patente nuestra indignación, que no podemos reprimir nuestros sentimientos de dolor o impotencia ante las tragedias humanas para limitarnos a exponerlas de modo objetivo, sin investigar sus causas y señalar a sus responsables y beneficiarios últimos.

Los periodistas debemos ser capaces de transmitir a los espectadores de los informativos de televisión nuestras propias emociones ante el horror o la injusticia, mediante encuadres enfáticos en el rodaje, con un manejo adecuado de los adjetivos en el texto y la entonación precisa en su lectura, y con una selección intencionada de imágenes en el montaje. Si lo logramos, evitaremos que se produzca la deshumanización de la información como última y más perversa consecuencia de la aplicación del dogma de la objetividad. Y conjurando el riesgo de que el espectador objetive las tragedias, combatiremos una mentalidad enfermiza que se acostumbra a la desigualdad y a la violencia, y que no valora igual la tortura, el hambre, la opresión, la enfermedad o la muerte, según se produzcan en naciones atrasadas o en los países desarrollados de nuestro entorno. La información no puede ser fría, aséptica, cuando habla de principios éticos universales y de derechos irrenunciables. No reclamo posturas militantes, pero sí una subjetividad ética, una actitud comprometida con los valores esenciales del ser humano. Porque debemos estar conscientes de que el tratamiento de este tipo de noticias puede y debe actuar como revulsivo social, o como fulminante de actitudes solidarias. Como proclama Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras y actual máximo responsable de Naciones Unidas en Kosovo: “sin imágenes no hay indignación; sin imágenes la injusticia solo golpea a los desdichados; el gran enemigo de las dictaduras y del subdesarrollo son las imágenes. Utilicémoslas’.
 


 
Páginas optimizadas para una resolución de pantalla de 800x600 píxeles


Última actualización:
13-Mar-2005
© 2004-2005 Quedan reservados todos los derechos
Programación y Diseño: ® LIA+