Le han llamado el reportero monja, y algo de eso hay.
Agnóstico, anticlerical profundo: humanista a rabiar. Vicente Romero,
curtido en cuanta guerra haya asolado un rincón del planeta, no
entiende de objetividad, palabra fetiche del periodismo o "esa mierda
de teoría", como él dice. "Si lo que estás contando no te perturba, de
nada sirve que lo escribas". Cabría añadir: para eso está ya la
televisión.
Fue el enviado especial
más joven del país (Madrid, 1947; con 22 años cubría para el diario
Pueblo la guerra de Vietnam, apadrinado por el otro Romero, Emilio, a
quien sólo le unía la pasión periodística) y avisa ya que será el
último en irse, el Matusalén de las batallas. "Estoy enamorado de este
oficio". Ahora lleva 16 años dando la cara ante las cámaras de TVE
(informativos, En portada, Informe semanal) y aún habla emocionado de
la injusticia. Se somete el maestro, no sin reticencias, a la
disciplina del cuestionario/grabadora, que nada le gusta. Habla como
una crónica abierta y arremete a su vez con preguntas. Cuando el
magnetófono funde sus luces de alerta, Vicente Romero se acerca, te
clava sus iris distintos (uno verde, otro castaño) y desgrana un sinfín
de anécdotas poco parecidas a lo que sale en los telediarios. El
cuestionario, actualidad obliga, empieza en La Habana.
Pregunta.- ¿El placer es suyo o de un turista?
Respuesta.- La
trama es una trampa, mera excusa para conocer la Cuba profunda. Yo
conozco La Habana desde hace 25 años, he ido observando cómo cambiaba
todo y te das cuenta de que la gente ve una Habana distinta. No sé si
me he puesto en la piel del turista, he visto tantos... No es que sean
retratos de tipos existentes, pero tengo la impresión de haber conocido
a todos los personajes de la novela.
P.- ¿Qué es un turista?
R.- Un
viajero accidental, que va a los sitios con un deseo enorme de ver las
cosas y una ingenuidad tremenda, y que generalmente se queda en la
superficie y la disfruta mucho. Además es una plaga, sobre todo esa
moda de buscar emociones fuertes. Entiendo que haya turistas en Pisa o
en el Vaticano, pero en los escenarios de miseria... Te los encuentras
en Camboya alimentando los prostíbulos del Tercer Mundo.
P.- A su ficción cubana no le falta elemento de la realidad. ¿Los periodistas tenemos la manía de contarlo todo?
R.- No he pretendido hacer un retrato exhaustivo, no pasa de ser una acuarela. ¿Por qué, he metido demasiados datos?
P.- No, me preguntaba si le habría traicionado el reporterismo a la hora de escribir narrativa.
R.- Pues
no lo sé, me ha salido así. Pero creo que no: el periodismo te da una
serie de elementos para la narrativa que son absolutamente esenciales.
Los autores que más me gustan tienen mucho de descripción periodística
en sus novelas. Salvando las enormes distancias conmigo, los escenarios
de Graham Greene.
P.- ¿Qué razón de peso ha tenido para meterse en este lío de la novela?
R.- Ninguna,
intentarlo era un pequeño desafío. La escribí a pedazos, en distintos
países, y me ayudó a tener otra historia dentro de la cabeza en esas
situaciones difíciles y jodidas, y donde te encuentras tan solo.
P.- Habla como si aún le perturbara poner destino al conflicto de turno.
"Hay periodistas que no se acercan a la miseria por esa mierda de teoría de la objetividad"
R.- Claro,
es un efecto acumulativo. Yo no entiendo que se pueda ir a los
escenarios de miseria y no te inmutes. El día que me acostumbre a la
injusticia será el momento de dejar de ir. Mientras conserves la
capacidad de conmoverte y de indignarte, y no caigas en esa trampa que
es la objetividad periodística, este oficio no sólo vale la pena, sino
que es el más enriquecedor y el más útil dentro del periodismo; por lo
que tiene de solidario y de defensa de la última trinchera que es la
pobreza, la injusticia más radical.
P.- ¿La información genera solidaridad o por el contrario anestesia?
R.- Depende.
No se puede informar con el mismo tono de los problemas de Microsoft y
de la hambruna en Etiopía. Hay periodistas que informan sobre un telón
de la miseria y no se meten en ella: tienen miedo a acercarse. Y todo
por esa mierda de teoría de la objetividad y la frialdad. Yo creo que
hay que mancharse y tomar partido, así tiene utilidad. Hay que luchar
contra la información fragmentaria que hace que ahora hablemos de
Sierra
Leona y así olvidemos Etiopía, que a su
vez nos hizo olvidar Mozambique y, así,
etcétera, etcétera.
P.- ¿Qué hay que hacer entonces para que la gente recupere esa "capacidad de horrorizarse ante el horror", como usted dice?
R.- Ése
es el deber último del periodista: que la gente recupere esa capacidad
que ha perdido. El espectador acaba pensando que el horror tiene una
lógica y que es inevitable. Entonces 15 muertos en Sierra Leona no es
noticia, tampoco la hambruna de Sudán, porque es algo crónico, porque
no hay demasiados cadáveres pudriéndose en las calles. Hay que pelear
contra esto.
P.- ¿Sigue
existiendo el corresponsal de guerra o se ha convertido en un señor que
frecuenta los lobbies de hoteles de cinco estrellas?
R.- El
corresponsal de guerra ha vivido siempre en un hotel de cinco
estrellas. En las guerras es peligroso ser soldado o, más aún,
población civil. Nosotros decimos: esto se está poniendo feo; nos
subimos a nuestro coche con aire acondicionado, nos vamos al hotel y
vemos la guerra desde lejos.
P.- O sea, que ya no van al campo de batalla.
R.- Sí,
sí; sobre todo los de televisión, y los cámaras. El periodista se puede
quedar en el hotel, pero el cámara tiene que estar allí. Mira lo que le
ha ocurrido a Miguel Gil, que era uno de los más arriesgados, adoraba
el peligro. Otra cosa es que, en las guerras de los países ricos, no te
dejen ir al campo de batalla como sucedió en Vietnam, porque entonces
la gente pudo ver los horrores de la guerra en el comedor de sus casas.
Ahora te llevan, te dejan ver lo que quieren, te dan unas imágenes
filmadas por las propias bombas, convenientemente manipuladas y
censuradas, y así te mantienen lejos. Luego están las guerras de los
pobres, las de esos países que dejaron de importar cuando se acabó el
reparto del mundo con la Guerra Fría. En esas situaciones tienes una
mayor libertad de movimientos, a tu propio riesgo.
P.- ¿Un periodista de guerra...
R.- Eso es una expresión atroz. El mismo tipo que hace una buena crónica en Murcia la hace de Sierra Leona.
P.- Iba
a preguntarle si están ustedes siempre dispuestos a jugársela por una
medalla; es decir, una detención, un incidente, un secuestro, un
susto...
R.- Creo
que no. A mí me han detenido en Chile, en Checoslovaquia..., pero
siempre, han sido accidentes laborales, siempre ha habido un factor de
culpa mía. Y que te detengan impide que hagas tu trabajo. No creo que
pueda uno ponerse medallas.
P.- ¿No hay una especie de heroísmo no confeso?
R.- Es que sería absurdo. Aunque está muy mitificado, no hay heroísmo alguno, te toca ir, como si te toca contar el incendio en...
"A
Chechenia te mandan 15 días y estás lejos del frente. En el País Vasco
vives, y sentirte amenazado en tu tierra tiene que ser tremendo"
P.- Falsa modestia.
R.- Todos los que trabajamos en los medios de comunicación somos vanidosos: es nuestro principal defecto.
P.- Y corporativistas. Importa más un periodista cautivo que miles de civiles muertos.
R.- Porque supone un medio de comunicación cautivo. No importa Vicente Romero como individuo, sino una televisión.
P.- ¿Conocía usted a López de la Calle?
R.- No,
pero tenía con él la misma sensación que con Agustín Ibarrola, por
ejemplo, que tampoco lo conozco personalmente y sin embargo me parece
que soy amigo suyo.
P.- ¿En el País Vasco te la juegas tanto como en Chechenia?
R.- Es
mucho más difícil ser periodista en el País Vasco. A Chechenia te
asomas, te mandan 15 días y, aunque duermas en el suelo de una
habitación alquilada con un frío atroz, estás lejos del frente. En el
País Vasco vives, y sentirte amenazado en tu tierra tiene que ser
tremendo.
P.- ¿Hay que ser un poco escéptico para soportar todo lo que un enviado especial ve sin que le perturbe?
R.- Es
que tiene que perturbarte, si no, debes dedicarte a otra cosa. Que
luego te hagas escéptico por lo que no se hace para evitar que esas
cosas ocurran... es inevitable. Hay que dejar que las cosas te afecten,
y pagas el precio de volver un poco neurótico cada vez.
P.- ¿En qué cree?
R.- Te
digo aquello de Machado: aprendí a no creer en nada. En política ya no
hay nada en lo que creer, los grandes valores políticos son los de la
Bolsa. Ya me gustaría creer en Dios..., si vendieran la fe por metro
iba y me hacía un traje a la medida.
P.- La división entre los países muy ricos y los muy pobres, ¿es irreconciliable?, ¿es lícito tirar la toalla?
R.- No,
hay una serie de espacios por conquistar. Se le han podido poner unas
pequeñas trabas a la llamada globalización del dinero. Entonces creo
que hay que pelear.
P.- Algunos países africanos denuncian que la ayuda recaudada no les llega, ¿hay zonas oscuras en el entramado de las ONG's?
R.- Bueno,
no lo sé. Es una maravillosa explosión de entusiasmo que ha abierto un
camino nuevo para canalizar la inquietud de la gente. A la vez es un
movimiento lleno de contradicciones que ya veremos en qué acaba, pero
que en principio es útil. Lo que pasa es que el que no quiere echar
mano a la cartera dice: yo no doy, porque no llega. Es igual, con que
llegue una mínima parte será útil. La ayuda llega, pero creo que
deberíamos informar más de cómo. Una vez estaba escribiendo en la
redacción, a las tres de la madrugada, y una señora de la limpieza me
preguntó a qué ONG le podía dar mil duros...
P.- ¿Y qué le respondió?
R.- Que
se lo diese a Cáritas, porque un agnóstico convencido como yo, ha
llegado a la conclusión de que son quienes más rendimiento sacan a la
ayuda, porque están en los países antes del conflicto y tienen una
infraestructura a través de los misioneros para la distribución,
conocen el terreno, su mano de obra es gratuita, no paga sueldos
millonarios a sus funcionarios, etcétera...
P.- O sea, que siguen teniendo sentido las misiones religiosas.
R.- El
apellido religioso es un peaje que hay que pagar porque, efectivamente,
si no fuera por la fe que los mueve, no estarían allí. A mí lo que
menos me interesa de ellos es que digan misa, e incluso he tenido que
acabar aceptando que la misa tiene un factor positivo de fuerza y
consuelo que a mí no me sirve pero que hay gente a la que sí.
P.- ¿Usted nunca quiso ser misionero?, de pequeño, digo.
R.- No, jamás. He sido siempre y sigo siendo absolutamente anticlerical.
P.- De cualquier manera el periodismo es una suerte de vocación casi sacerdotal.
R.- Sí, yo de pequeño jugaba a hacer periódicos, con siete y ocho años.
P.- ¿Con cuántos años más se ve yendo a la guerra?
R.- Pues no sé cuántos años más viviré, pero estoy dispuesto a ir con el bastón.
Vicente Romero.
NACIMIENTO: Madrid, 1947.
PROFESIÓN: periodista
COMIENZOS: en el diario
"Pueblo" donde trabajó desde 1968 a 1984.
CARÁCTER: apasionado, vehemente,
humano.
HITO: fue el enviado especial
a una guerra más joven de este país (en Vietnam con 22 años).
CURIOSO: asegura que de
los países que ha conocido en sus más de 30 años de ejercicio
profesional, Camboya es el más fascinante. Es autor de "Pol Pot,
el último verdugo".
LO ÚLTIMO: El libro "Los
placeres de La Habana" (Planeta).