REPORTAJE
194.
"Liberia, postales del caos". 14/5/2005.
Duración: 12 min.
SALA DE PEDIATRIA DEL HOSPITAL DE MÉDICOS SIN
FRONTERAS EN MONROVIA.
DETALLES DE VARIOS PACIENTES.
A los tres días de nacer, esta criatura minúscula
se debate, enganchada a la vida por un tubo de oxígeno.
Todavía no le han puesto nombre y acaso nunca
llegue a tenerlo.
A su lado, la pequeña Samueline resiste los ataques
de una malaria severa, agravada por una anemia que resulta
epidémica, en un rincón empobrecido de
África.
Más grave aún es el caso de Grace, cuyas
convulsiones obedecen a una epilepsis, cruzada con una
crisis de malaria y una septicemia.
En otra cama próxima William no ha parado de
llorar desesperadamente desde que nació, dos
semanas atrás.
PLANO GENERAL DE LA SALA. DESPUÉS, UN NACIMIENTO
EN LA SALA DE PARTOS.
Estas criaturas frágiles reflejan la realidad
del lugar donde han tenido las desgracia de nacer: Liberia,
un país atormentado por una larga guerra y olvidado
por los dioses de la economía globalizada.
Sin embargo, los liberianos siguen viniendo al mundo,
obstinadamente, ajenos al duro destino que les espera
como hijos de la violencia y nietos de la miseria.
TÍTULO
ANTONIO
Cuando el sonido de las balas y los morteros se acalla
es cuando empiezan a aparecer todas esas consecuencias
directas de la guerra, de la pobreza, de la miseria,
de la desnutrición, y de la falta de expectativas
en el país.
VIDA EN MONROVIA. CARTELES.
En una nación desmembrada por catorce años
de guerra civil, la paz transcurre en el caos, y la
reconstrucción se antoja un empeño imposible.
Ninguna ciudad dispone de agua corriente ni electricidad.
Aunque no haya estadísticas, se calcula que la
mortalidad infantil supera el 15 por 100, y la esperanza
media de vida se estima en cincuenta años. El
analfabetismo alcanza al 60 por 100 de la población,
un tercio de la cual perdió sus hogares al huir
de la barbarie militar. La economía se ha desintegrado,
la agricultura está abandonada, y la pobreza
crónica se ahonda cada día.
EXTERIOR DEL HOTEL INTERCONTINENTAL
PASILLOS OSCUROS. HABITACIONES.
Tres mil desdichados se han refugiado en el otrora lujoso
Hotel Intercontinental de Monrovia. Los mismos militares
que lo saquearon y arrasaron se han repartido las habitaciones
como un privilegio oficial, y han traído a sus
familias. Porque el cobijo de estas ruinas --sin luz
ni agua corriente-- es mucho mejor que el de las casuchas
de adobe donde se incuba la miseria.
Todos los soldados perdieron la guerra: humanamente
derrotados, sin hogar ni salario, en un país
devastado y carentes de otro futuro que la delincuencia.
SUBIDA A LA TERRAZA
Tan solo la última planta del edificio les está
vetada y permanece defendida por uno de los antiguos
vigilantes del hotel --que todavía conserva su
uniforme de trabajo-- porque en ella se encuentran las
antenas de telefonía móvil, vitales para
una ciudad sin red fija.
PISCINA. JARDÍN. NIÑA ENJABONADA.
CAPILLA IMPROVISADA EN UN CUARTO.
En el jardín, junto a las letrinas, los inquilinos
se asean con baldes de agua traída en cisternas,
mientras distintos grupos religiosos se turnan para
rezar en una capilla improvisada, ofreciendo palabras
de esperanza a una parroquia endomingada.
PEANUT BUTTER EN SU OFICINA.
Entretanto, los locos de la guerra se aprestan a dirigir
el manicomio democrático. Así, el joven
general Adolphus Dolo --apodado Peanut Butter, manteca
de cacahuete-- se postula para senador en las elecciones
auspiciadas por la ONU.
ARCHIVO: EX-PRESIDENTE TAYLOR
El lema de los militares metidos en política
podría ser ‘que nos representen los
asesinos’. También el depuesto presidente
Taylor ganó unas elecciones con el eslogan de
‘mató a mi padre, mató a mi
madre, pero yo le votaré.’
PUESTOS DE CONTROL Y COCHES DE LA ONU.
Los cascos azules garantizan una frágil seguridad
ciudadana. Un constante vaivén de vehículos
de la ONU denota que los destinos de Liberia están
bajo control internacional. Pero, ¿a dónde
se dirigen esos militares y funcionarios extranjeros,
fuera de sus horarios de trabajo?
OFICINA DE NACIONES UNIDAS
Una oficina de la ONU vigila para que los cascos azules
no generen trata de blancas ni otros tráficos
criminales. Pero sólo dispone de cinco policías
para controlar a 60.000 soldados distribuidos por todo
el país.
CELHIA DE LAVARENE (Naciones Unidas)
Yo puedo trabajar en Monrovia, pero cuando se trata
de ver qué pasa en otras partes del país,
es muy difícil. Acuso ese problema. Porque si
tengo que enviar gente fuera, aquí somos solo
cuatro. Otro problema que también tenemos es
que no podemos trabajar con la policía local,
porque la policía local está implicada
en el tráfico.
CONTROL CON TROPAS ENCADENADAS
La mayor sorpresa surge cuando descubrimos que los soldados
de Bangla Desh están encadenados a sus armas,
contraviniendo los acuerdos de Ginebra.
CELHIA DE LAVARENE (Naciones Unidas)
Les habían robado varias veces las armas mientras
dormían, mientras se echaban la siesta. Y fue
la única solución que encontraron para
que no les robaran las armas. Ahora ya pueden echarse
la siesta...
MUCHACHAS ARMADAS DANZANDO.
¿Qué ha sido de aquellas muchachas que
meses atrás vimos danzar, borrachas o drogadas,
empuñando las armas? Secuestradas por los militares,
miles de niñas y adolescentes se vieron condenadas
a la esclavitud sexual y a combatir con ferocidad.
FATMATA CON SU NIÑO EN MONROVIA.
Fatmata fue una de ellas. Tras ser desmovilizada, durante
el proceso de paz impuesto por las Naciones Unidas,
quedó abandonada a su suerte. Parió un
hijo y vive de a la caridad, dañada e incapaz
para el trabajo.
La raptaron a comienzos del año 2003, cuando
aún no había cumplido quince años.
Los soldados abusaron mil veces de ella. Tuvo que luchar
y matar sin piedad. Y, finalmente, cuando llegó
la paz y volvió a la vida civil, fue atacada
y violada por sus vecinos.
Fatmata tiene el cuerpo cubierto de cicatrices, por
los cortes que le dieron para drogarla con cocaína.
Le cuesta mucho hilar sus recuerdos. Porque la realidad
se confunde con las pesadillas y las alucinaciones,
en una mente inmadura, minada por las drogas y los sufrimientos.
FATMATA SE ALEJA, CAMINANDO.
MUJERES EN LA FABRICA DE GAS
Más de 500 mujeres y niños viven ocultos
entre las ruinas de una fábrica abandonada de
Monrovia, hacinadas en insalubres cubículos de
plásticos y cartones. Durante la guerra sus familias
fueron asesinadas y sus hogares incendiados. Ahora sufren
un insuperable rechazo social, por haber parido hijos
de los enemigos que las violaron.
HABLA UNA DE LAS MUJERES
Cuentan que lo primero que hacían los combatientes
de los dos bandos cuando tomaban una aldea era saquear
las viviendas y violar a las mujeres, secuestrando a
las más jóvenes.
ASAMBLEA DE MUJERES
En las zonas rurales, la población entera ha
sido víctima de agresiones sexuales. En una aldea
de Nimba, (cerca de la frontera con Guinea Conakry)
asistimos a una reunión donde las mujeres debatían
como afrontar las secuelas de la violencia: familias
rotas, marginación social, daños físicos
y traumas personales.
MUJER CON UN NIÑO EN LA CAMA
En la intimidad de su choza, esta campesina narra las
violaciones que sufrió a manos de las tropas,
asegurando que fueron asesinados cuantos se resistieron
o trataron de impedir el salvajismo de los soldados.
HOSPITAL DE MSF. CAMAS CON MUJERES.
Los militares emplearon la violencia sexual para extender
el terror, y se calcula que el 85 por 100 de las mujeres
liberianas fueron violadas. Pero en la precaria paz
actual, las agresiones continúan, convertidas
en un hábito enfermo de una sociedad desintegrada.
XAVIER MORENO (Médicos Sin Fronteras)
Intentamos dar al paciente la posibilidad de tener un
test de sida. Damos la posibilidad de dar pastilla del
día después, si llega antes de las 72
horas, para evitar el embarazo. Y la posibilidad también
de ver si tiene enfermedades de transmisión sexual.
HACINAMIENTO EN CAMPOS DE REFUGIADOS
Los techos de plástico que cobijan a los desplazados
por la guerra forman el paisaje más repetido
de Liberia. Por todo el país han brotado enormes
aldeas improvisadas, cuyas chozas albergan a cientos
de miles de personas. Y en cada una de ellas se oculta
la misma tragedia repetida: familias separadas o rotas,
gentes solas y heridas, que han visto morir a los suyos,
que han perdido sus hogares y sobreviven aterradas.
EDUARDO
BOFILL (Servicio Jesuita para Refugiados)
Cuando sales de Monrovia, te das cuenta de que Liberia
es un país de desplazados. Todo el mundo, después
de catorce años de guerra, ha tenido que abandonar
su casa por alguna razón. La razón fundamental
ha sido por las atrocidades y la violencia que ha habido
en el país. La gente quiere volver a sus casas,
pero sigue teniendo muchísimo miedo. Hay una
situación de violencia latente que puede explotar
en cualquier momento. Y los más vulnerables,
como siempre, son los niños. Y algunos adolescentes
que no conocen más que la guerra. La guerra o
la huida, como en este campo de desplazados.
ARCHIVO:
NIÑOS SOLDADOS
Miles
de niños y adolescentes fueron secuestrados y
utilizados como carne de cañón tanto por
el ejército como por los grupos guerrilleros.
Al terminar la guerra, doce mil entregarían las
armas a las fuerzas pacificadoras de Naciones Unidas.
Casi todos han quedado desamparados. Y es un secreto
a voces que están siendo enviados por centenares
al vecino polvorín de Costa de Marfil.
BANDA
DE NIÑOS SOLDADOS CON MOTOS.
La
mayoría ha tenido que buscarse la vida sin ayuda
alguna. Muchos se han agrupado en bandas callejeras,
que vagan por pueblos o ciudades. Algunos se han hecho
un hueco al sol, conduciendo una motocicleta, como taxistas
o recaderos. Pero se gastaron enseguida los 300 $ que
les dio la ONU, y su pasado de violencia es un estigma
a la hora de buscar trabajo.
NIÑOS
SOLDADOS EN UNA ESCUELA.
Muy
pocos están donde debieran, en escuelas o centros
de formación, como los que sirvieron a las órdenes
del general Zach. Porque su jefe, que antes de militar
fue maestro, ha abierto un colegio donde ha matriculado
a muchos de sus antiguos niños soldados. Así,
400 jóvenes veteranos de guerra, visten ahora
el uniforme escolar y reciben clases del mismo hombre
que les ordenaba ir a morir o matar.
NIÑO
SOLDADO EN TALLER MECÁNICO.
Son
también muy pocos los que han conseguido un empleo,
como Fayiah Tamba, que es aprendiz en un taller de motos.
Cuenta
que fue secuestrado a los once años y obligado
a luchar. Quedó así separado para siempre
de su familia, que no ha querido volver a verlo. Dice
que la guerra forma parte de un pasado que se esfuerza
en superar, aprendiendo mecánica para trabajar
y convertirse en un hombre de bien.
Con
diecisiete años, lleva colgado su carnet de excombatiente.
Si hubiera tenido un año más recibiría
una paga de 25 euros. Pero los menores no tienen derecho
a pensión.
PAREJA
DE ANTIGUOS NIÑOS SOLDADOS PASEANDO.
Miriam
y Garret se conocieron en las filas de la guerrilla
y unidos han emprendido una nueva vida. El tiene dieciséis
años, ella quince, y están esperando su
primer hijo.
LOS
DOS HABLAN ANTE LA CÁMARA
Garret
nos cuenta que fue reclutado cuando sólo tenía
once años. Sus jefes le dijeron que podía
secuestrar a las mujeres que quisiera. Y raptó
a una niña de su edad. Ambos combatieron juntos
durante más de tres años. Se separaron,
pero volvieron a encontrarse. Y se enamoraron.
Miriam
cuida su avanzado embarazo, pero duerme mal porque casi
todas las noches revive en sueños cuando la obligaron
a cortar los dos brazos a un prisionero. Garret explica
que los drogaban, y cometían atrocidades sin
darse cuenta de lo que hacían. Pero eso ya forma
parte del pasado. Ahora hacen planes, sueñan
y ríen cuando dicen que esperan tener cuatro
hijos.
SACAN
AGUA DEL POZO. LLEVAN UN BALDE
Se
han alquilado una choza en una aldea de Ganta. Pero
no tienen dinero ni trabajo. Su única esperanza
de futuro es una historia de amor, que nació
en las tinieblas de la guerra y continúa en el
caos de la paz.
Un
reportaje de
VICENTE ROMERO
Imagen
JESÚS MATA
Sonido
FERNANDO ROMERA
Montaje vídeo
FERNANDO ANEL
ENRIQUE PÉREZ
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