HISTORIAS
MÍNIMAS:
9.
"Las tasas de los pobres". 8/3/2005
Alberto
es cubano. Hace años que salió de la isla,
explica él que no por razones políticas
sino económicas: quería ganar y consumir
más. Vive en Parla, uno de esos barrios que llamamos
ciudades dormitorio, en las puertas de Madrid.
Y lleva más de un año cotizando a la Seguridad
Social española sin disponer de sus beneficios.
Porque Alberto es un trabajador sin papeles, un
ilegal por emplear ese término absurdo que
muchos utilizan para definir a los inmigrantes sin permiso,
como si ser hombre y trabajar pudiera ser ilegal.
Estos días Alberto anda metido en un endiablado
papeleo, entre cientos de miles de inmigrantes que,
como él, tratan de regularizar su situación.
Y me ha contado algo que yo no había sospechado:
la morterada de dinero que supone ese proceso:
nada menos que unos 670 euros, es decir, más
de 111.000 de las antiguas pesetas. Sus cuentas están
claras: a los 15 euros del certificado de empadronamiento
en Parla, y los 5 euros con 26 céntimos de la
autorización de residencia, y los 6 euros con
31 céntimos de la Tarjeta de Identificación
de Extranjero, tuvo que añadir los 300 euros
que le cobró la embajada cubana por un certificado
negativo de antecedentes penales. Y después,
otros 344 euros de tasas directas de la ansiada Autorización
de Trabajo, que según la Ley debe pagar el empresario
pero que, en este y muchos otros casos, acaba pagando
el obrero. Como Alberto tiene fijado en su contrato
un salario de 1.100 euros al mes, resulta que el papeleo
le ha arrebatado la mitad de su sueldo, sin contar el
gasto en transportes y las horas que ha perdido.
Alberto no le da demasiada importancia a todo esto y,
aunque le cabrea, casi se ha acostumbrado a cobrar menos
que los españoles, a pagar impuestos sin obtener
ninguna prestación a cambio, a no tener asistencia
médica ni paro, a no disfrutar vacaciones, a
estrellarse contra la burocracia administrativa, a pagar
por trámites que deberían ser gratuitos,
incluso a que le llamen ilegal. Me lo decía
con un tono irónico, dibujando esa sonrisa dura
característica de quienes están acostumbrado
a perder, a recibir estacazos y rehacerse. Solo tuvo
unas palabras amargas cuando me explicó que el
día 27 cumple años un niño que
dejó en Cuba y no va a poder mandarle nada, porque
lo que tenía se le ha ido en papeles.
¿Le hace falta ese dinero de los pobres, ganado
con tanto esfuerzo y en situaciones siempre difíciles,
a algunos Ayuntamientos y Ministerios? ¿No es
un contrasentido que las mismas entidades dediquen fondos
a la ayuda a los países pobres y cobren por legalizar
la situación de quienes han logrado escapar de
la miseria de esos mismos países? Lo curioso
es que esos funcionarios que pasan factura por cada
impreso que sellan, y esos concejales que no se han
opuesto a tan injustas tasas, acabarán cobrando
sus jubilaciones precisamente gracias a gentes como
Alberto.
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