HISTORIAS
MÍNIMAS:
6.
Falta de respeto 7/02/2006
Estos días me he acordado de una mañana
de mi infancia, cuando un cura de aquellos que eran
todo bragueta, abotonados de cuello a tobillo, echó
a mi madre de su iglesia porque a la pobre se le había
ocurrido entrar a rezar con manga corta. Eran tiempos
de integrismo católico: Franco se paseaba bajo
palio por las catedrales, la radio interrumpía
sus programas al medio día para rezar el ángelus
(con la misma devoción que actualmente nos da
las cotizaciones de Bolsa) y en los establecimientos
públicos había carteles advirtiendo que
estaba prohibido blasfemar. A un escritor tan inocente
como Fernando Arrabal lo procesó el Tribunal
de Orden Público por haber puesto en una dedicatoria
de un libro una tontería que pretendía
ser provocadora que ‘se cagaba en Dios,
en la Patria y en todo lo demás’. Entonces,
ningún periódico se atrevía a publicar
un chiste, por ingenuo que fuera, con una caricatura
no ya de Jesucristo, sino del todopoderoso señor
obispo de Madrid Alcalá. He recordado muchas
veces aquel día en que me fui de la iglesia con
mi madre, acusada de vestir de forma indecorosa, la
pobre. Una vez, en el Bagdad anterior a la guerra, cuando
entré en una mezquita con una compañera
andaluza, que también llevaba los codos al aire.
Y en vez de expulsarnos, le dedicaron una sonrisa y
le ofrecieron algo parecido a una mantilla, para que
se cubriera los brazos.
En
fin, viene todo esto a cuento de la tonta polémica
sobre los chistes sobre el Dios de los musulmanes, publicados
en un periódico danés, y la airada reacción
en algunos países árabes. No se trata
de caricaturas ingenuas, ni si quiera amables
(como las que de vez en cuando dibuja Máximo
en El País), sino de dibujos insultantes, en
los que el Dios de los musulmanes aparece caracterizado
como un terrorista, con una bomba en las manos. Algo
que jamás hizo la Prensa británica, por
ejemplo, con la imagen de Jesucristo cuando los católicos
del IRA andaban poniendo bombas en Belfast. Pero, sobre
todo, lo que hay detrás de esos chistes daneses
es una enorme ración de incultura y de soberbia.
La prepotencia europea nos hace confundir la velocidad
con el tocino, en este caso la libertad de expresión
con la falta de respeto. Porque libertad de expresión
es libertad de opinar, de criticar, de denunciar. Pero
en todo estado de derecho está perseguida la
calumnia, el insulto, la ofensa.
Recuerdo que hace treinta y tantos años, cuando
los jóvenes españoles cruzábamos
la frontera francesa para ir al cine en busca de las
películas que la censura franquista nos prohibía,
me quedé perplejo ante mi propia reacción
viendo ‘Devils’ (Los demonios de Ludón),
de Ken Russell. Aquella escena en que un Cristo descendía
de la Cruz, se abrazaba a María Magdalena y se
revolcaba con el ella por el suelo, me escandalizó.
Si yo no creía en Dios, ¿por qué
me escandalizaba? La educación católica
que había recibido surgía de lo más
profundo de mi mente. Y me di cuenta de que me habían
marcado al fuego. Lo mismo que le ocurre a los musulmanes.
Nos parece absurda su indignación ante la burla
dibujada de Alá o de su profeta, Mahoma. Pero
ignoramos que en el Islam más riguroso se prohibe
la representación gráfica. Y nos resulta
absurda la violencia con que reaccionan. Pero olvidamos
que no tienen otra esperanza que su Dios. No son más
terroristas que nuestros viejos guerrilleros de
Cristo Rey. Simplemente, viven en un entorno mucho
más violento.
En fin, algunos de mis compañeros de oficio parecen
no tener claras las fronteras de la libertad de expresión,
ni tampoco las del buen gusto. Vamos que si alguien
les dijera que, a falta de ideas más claras se
metieran sus caricaturas en el culo no estaría
ejerciendo su libertad de expresión, sino tan
sólo faltándoles el respeto.
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