HISTORIAS
MÍNIMAS:
33. "Los insufribles".
23/8/2005
Todos los martes me voy del estudio
con la sensación de haber amargado la mañana
de los oyentes con una historia triste. Estamos en agosto,
en época de vacaciones. Y me ha parecido imprescindible
invitar a la sonrisa, en vez de a la reflexión
jodida que propongo casi todas las semanas. Así
que me he acordado de una revista argentina, ya desaparecida,
que se llamaba Humor, y dejó las páginas
más brillantes y ácidas durante los dificilísimos
años de la dictadura militar iniciada por el
general Videla. Aquí hubo otra semejante, llamada
‘Por favor’, en la última
etapa del franquismo. Recuerdo su brillante ejercicio
sobre la utilización del contexto: con los kioscos
llenos de periódicos y revistas que anunciaban
que Franco empeoraba, que Franco agonizaba, que la vida
del dictador se extinguía, ‘Por favor’
sacó una portada negra en la que se leía,
con letras blancas, un estribillo musical. La canción
de moda, decía el titular. La canción
era saca el whisky Cheli para el personal, que vamos
a hacer un guateque...
Una
de las secciones que más me divertían
de la revista Humor se titulaba Los insufribles,
y proponía cada semana nuevas categorías
de ciudadanos insoportables. Se trata de esas gentes
inevitables, que pululan fatalmente a nuestro alrededor,
e hicieron pensar a Sartre que el infierno son los
demás. Personas cuya compañía
--incluso su simple presencia-- resulta un castigo,
además de constituir un atentado contra el buen
gusto y la buena educación. Todos las conocemos
y casi ninguno logramos librarnos de ellas. A ver, ayúdame
a improvisar una pequeña relación de los
más frecuentes estos días:
Primero,
tipos como yo mismo, que se empeñan en hablarte
de lo que más te amarga, como los hambrientos
de Níger por ejemplo, cuando estás planeando
dónde llevar a tu familia a comer. Y después,
una larga relación que, para seguir sanamente
autocríticos, podría encabezar nuestro
compañero Carlos Garrido que es el tipo que hace
más ruido cuando entra en el estudio. No importa
que estemos en un momento de intimidad con los oyentes,
hablando con el corazón encogido. Carlos cierra
la puerta de golpe, golpea la mesa, deja caer sobre
ella los papeles que trae en las manos, y finalmente
se acomoda el micrófono, moviéndolo hasta
lograr una inigualable sinfonía de ruidos. Todo
ello, insensible a las miradas asesinas que le lanzamos
tú y yo desde aquí, o Duarte desde el
control.
En
fin, los insufribles más abundantes entre los
muchos insufribles con que me tropezado estos días
son:
--
los tipos que corren para quitarte la mesa de una terraza
y luego ponen cara de triunfador en la final olímpica
de los 100 metros lisos.
-- los que, en un restaurante lleno, prolongan la tertulia
de sobremesa pidiendo el quinto café, y miran
a los que hacemos cola con desprecio.
-- los que llevan a todo volumen el equipo de sonido
del coche, como quien hace una demostración de
bajos que resuena en todo el barrio. Se caracterizan
siempre por oír (que no escuchar) la música
más hortera de la última década.
-- los locales que ponen esa música ambiente
que los ingleses denominan music for wiwi,
es decir música para hacer pipí,
porque estimula el esfínter urinario más
que un grifo abierto. Y que, además, la ponen
altísima con el evidente propósito de
atontar al personal y que acabes comprándote
cualquier cosa sin pararte a comprobar si coincide con
tus necesidades o no, porque necesitas salir huyendo
del local.
-- los devoradores de patatas fritas y dulzainas con
papel duro en los cines, que siempre demuestran su apetito
en los momentos de mayor tensión de la película.
-- los que comentan la película en voz alta con
su tía, es decir con la tía que tienen
al lado, como si estuvieran a solas en el salón
de su casa. Suelen caracterizarse también por
entrar con la película empezada y levantarse
cuando empiezan a proyectarse los créditos finales.
-- los vendedores de condones en el Rastro, que persiguen
a las parejas dando voces tan poco sutiles como p’al
lío, tío.
-- los que deciden cortar el cesped de su parcelita,
o colgar las estanterías en la pared del dormitorio,
justo a la hora de la siesta.
-- los que se agarran a las barras del metro o el autobús
metiéndote el codo en los ojos. Suelen caracterizarte
también por el penetrante aroma añejo
de sus sobaqueras.
-- los que miran los escotes de las mujeres que van
sentadas con expresión de hambre antigua, pero
no precisamente añorando la teta materna.
-- los fulanos que no reprimen esos tics nerviosos tan
molestos como mover una pierna sin parar, o golpear
con los dedos sobre la mesa, o apretar el botón
automático del bolígrafo, produciendo
un continuo ruido arrítmico. Suelen caracterizarse
por una cierta sordera funcional, que les impide oír
su propio ruido.
-- los compañeros que nunca llevan cambio para
las máquinas de café y todas las mañanas
gorronean tus moneditas. Suelen caracterizarse por su
falta de memoria para devolverlas al día siguiente.
-- los que miran hacia un lado, como si eso les evitara
además de ver el ser vistos, se sacan trabajosamente
un moco y lo pegan debajo del asiento o de la mesa.
Suelen caracterizarse por cambiar de asiento de todos
los días, de modo que su huella biológica
quede ampliamente extendida.
-- los que cuentan a todo volumen y con todo lujo de
detalles los síntomas de la gastroenteritis que
sufrieron todos los miembros de su familia, tras comer
en una tasca muy turística. Suelen caracterizarse
por su habilidad en la descripción de las texturas
y olores.
-- los que juegan al fútbol, el volei o el tenis
en la playa, demostrando su habilidad para saltar por
encima del personal más sedentario. Suelen caracterizarse
por su endiablada puntería sobre las partes blandas
de ese personal sedentario.
-- los que insisten en recomendarte lo que tienes que
hacer, cuando, cómo y dónde tienes que
hacerlo, y por que no debes dejar de hacerlo. Generalmente
hablan de cosas que jamás se te habría
ocurrido hacer y que, por supuesto, jamás harás
en toda tu vida.
-- los que deciden hablar por el teléfono móvil
o sintonizar una emisora que no acaban de encontrar
en la radio de su coche, cuando tú estás
esperando para que dejen libre el único aparcamiento
en diez kilómetros a la redonda, atestados de
sufridos padres de familia en pleno trance vacacional.
-- los que se empeñan en contestarte con todo
lujo de detalles cuando les preguntas ¿qué
tal estás?. Suelen caracterizarse por su
precisión en los detalles, así como por
una memoria tan extraordinaria que les permite remontarse
años atrás en sus fascinantes existencias,
con el fin de hacerte pasar una tarde o noche entretenida.
-- los que empiezan a contarte lo que le ocurrió
a su primo Alfredo, y se desvían diciendo que
Alfredo está casado con una moza de San Sebastián,
cuyo hermano tiene una farmacia y que, por cierto ganó
un dineral en las quinielas, con un boleto que compartía
con el hermano de otro cuñado suyo, que tiene
una ferretería en Móstoles, donde él
ha comprado una caja de herramientas para el coche que
le ha regalado a su hija, que acaba de terminar los
estudios de fisioterapia, y sabe dar unos masajes estupendos
contra la lumbalgia... Suelen caracterizarse por hablar
a toda velocidad, de modo que no encuentras una sola
pausa para meter baza e interrumpirlos.
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