HISTORIAS
MÍNIMAS:
28. "Apadrinar a un maestro".
19/7/2005
El misionero xaveriano Chema Caballero está a
punto de inventar una forma distinta de apadrinamiento
internacional: la novedad consiste en que el destinatario
de la ayuda, en vez de un niño, sea un maestro.
Acabado con éxito su empeño de sacar adelante
a centenares de antiguos niños soldados de la
guerra de Sierra Leona, Chema pelea desde hace un par
de años contra la pobreza y el atraso crónicos
en una pequeña misión del noroeste de
ese mismo país. Y no ha tardado en descubrir
que numerosos ayuntamientos están casi siempre
dispuestos a financiar la construcción de una
escuela en algún país empobrecido, pero
ninguno quiere comprometerse a aportar los fondos necesarios
para pagar el sueldo de los maestros. Explicación
del misionero: en un colegio puede ponerse una placa
con el nombre del pueblo que lo haya financiado, y utilizar
esa imagen para ilustrar distintas publicaciones municipales;
pero a los profesores no se les puede fotografiar con
un cartel al cuello, proclamando quien paga su salario.
Además, hacer una escuela supone un desembolso
puntual, mientras los salarios representan un gasto
continuo, un compromiso que es preciso mantener a lo
largo del tiempo. Al mismo tiempo, crece el número
de españoles, que desean apadrinar a distancia
a niños de países como Sierra Leona. Niños
que podrían estudiar en esas escuelas a las que
la solidaridad internacional ha dotado de todo lo necesario...
excepto de lo único imprescindible, que son los
maestros. Porque una escuela sin maestros carece de
utilidad, mientras que unos maestros sin escuela pueden
dar clases ante una simple pizarra colocada en el interior
de alguna choza o al aire libre, bajo cualquier árbol.
Por suerte, el voluntariado internacional no escasea.
Y resulta relativamente fácil enviar al corazón
de África cooperantes médicos o técnicos...
pero no maestros. Porque la enseñanza elemental
exige hablar las lenguas autóctonas y conocer
las tradiciones locales. El profesorado no puede ser
de importación. Hay que reclutarlo sobre
el terreno. Y, cuando no existe una estructura estatal
capaz de proporcionar maestros y mantenerlos en sus
puestos, hace falta formarlos y retenerlos, lo que supone
afrontar un gasto constante. Así las cosas, Chema
Caballero ha pensado proponer a las gentes generosas
que, además de niños, apadrinen maestros.
Es decir, que destinen el importe de unos cafés
de media mañana, o de unas cañas de media
tarde, a pagar la magra nómina de unos profesores
que enseñen a leer y escribir a esos mismos críos
a los que el apadrinamiento internacional asegura la
supervivencia.
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