HISTORIAS
MÍNIMAS:
24. "La última
esperanza de Chicha Mariani". 22/6/2005
Aún
tengo en los oídos un zumbido de motores y siento
en los riñones la pesadez de trece horas doblado
en un asiento estrecho del avión que me ha traído
desde el invierno húmedo de Buenos Aires a este
calor seco de Madrid. Pero sobre todo, traigo la cabeza
llena de historias conmovedoras, unas historias que
ya conocía pero han vuelto a emocionarme al oírlas
de nuevo en boca de hijos, de madres o esposas de desaparecidos
bajo la dictadura militar.
El
martes de la pasada semana, la Corte Suprema argentina
anuló las leyes de Obediencia Debida y Punto
final, que garantizaban la impunidad para los crímenes
cometidos por los centuriones argentinos. Y no tardará
en abolirse también se anule el indulto de los
comandantes en jefe que fueron condenados a cadena perpetua.
Así se abre la esperanza de que --cerca de cumplirse
treinta años del golpe del general Videla-- tengan
que rendir cuentas ante la Justicia quienes torturaron,
secuestraron, asesinaron o hicieron desaparecer a decenas
de miles de personas durante el peor régimen
de terror que ha soportado América.
En
los próximos meses habrá juicios, y centenares
de asesinos uniformados ocuparán los banquillos
de acusados. Sin embargo, temo que la máquina
de la Justicia argentina no esté preparada para
afrontar esa vasta responsabilidad con plenas garantías.
Porque hay un buen número de jueces y fiscales
en activo, que fueron nombrados por los gobiernos militares
y se identifican con la actuación de la dictadura.
Por eso se habla desde hace tiempo de crear tribunales
especiales. Además, la Ley permite que los asesinos
ancianos cumplan condena en sus casas: basta con haber
cumplido setenta años para evitar el ingreso
en prisión. Me decía Juan Ramos Padilla
-- uno de los pocos jueces frontalmente opuestos a la
dictadura, que devolvió a las Abuelas de Plaza
de Mayo numerosos niños secuestrados por los
militares-- que mantener en sus casas a esos criminales
envejecidos significa permitirles que sigan torturando
y cometiendo delitos. Torturando, porque su silencio
sobre el destino de los desaparecidos todavía
causa dolor en sus familiares; y cometiendo delitos,
porque ocultan información y con ello encubren
a los secuestradores de niños, hijos de detenidos
desaparecidos.
Uno
de los relatos que me estremeció fue el de Chicha
Mariani, la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. Una
mujer de ochenta y un años, que se está
quedando ciega, pero no descansa en el heroico combate
contra la injusticia que lleva cerca de treinta años
librando. Sus hijos, militantes montoneros, fueron asesinados
a tiros en 1977 por el general Camps y uno de sus principales
verdugos policiales, Etchecoletz. Tras el asalto a su
casa, con un desigual combate en el que se emplearon
bazookas contra pistolas, los militares se
llevaron como botín de guerra a una niña
de pocas semanas llamada Clara Anahí, nieta de
Chicha que no ha dejado de buscarla desde entonces.
A lo largo de los años, la primera abuela
de plaza de Mayo ha sufrido varias falsas alarmas
que le hicieron creer que había encontrado a
Clara Anahí. Una fue protagonizada por una muchacha
enganchada a las drogas e implicada en su tráfico,
que regentaba un prostíbulo en la ciudad de La
Plata. Elsa, otra abuela de desaparecidos --que hace
años recuperó a su nieta, Paula Logares--
le decía ‘ojalá que no sea ella’.
Y Chicha respondía ‘No, ojalá
que lo sea, pese a todo, porque por fin habría
encontrado a mi nieta.’
El
pasado jueves, otra chica llamó a la puerta de
Chicha para decirle ‘creo que soy su nieta.’
Se trata de una mujer, madre de cinco niños pese
a su juventud, hija adoptiva de una mujer policía,
soltera, lesbiana... y amiga personal del asesino Etchecoletz.
Contó que esta, cuando creía que estaba
a punto de morir en la cama de un hospital, le reveló
que era hija de desaparecidos. Pero superó la
crisis y cuando se recuperó, negó todo.
Atribuyó sus palabras a una alucinación
y, tras una fuerte bronca, acabó echando de su
casa a la pobre muchacha que, tras haber perdido varios
años de su vida en las calles, ha acudido en
busca de su identidad a casa de Chicha. Se parece a
la las fotos de la madre de Clara Anahí. Y podría
ser ella. En las próximas semanas se harán
los análisis correspondientes Por fin Chicha
podrá respirar tranquila, si el resultado es
positivo. Si no, seguirá buscando mientras quede
vida en su cuerpo cansado. Me lo contaba en voz baja,
cogidos de la mano, charlando al borde de las lágrimas.
No se lo contaba al periodista, sino al amigo. Y no
sé si traiciono su secreto contándolo
aquí. Pero estoy demasiado contento para callarme.
Porque Clara Anahí, todas las niñas como
Clara Anahí que ha habido son parte de nosotros
mismos.
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