HISTORIAS
MÍNIMAS:
23. "Memorias de
Buenos Aires (II)". 14/6/2005
Desde hace nueve días disfruto
de Buenos Aires, que es uno de mis rincones preferidos
del mundo, cenando casi siempre sobre los manteles de
papel de Pippo, entre los cómicos de los teatros
cercanos. He acudido algunas noches a escuchar tangos
en el bar del Chino, en el peligroso barrio de Pompeya,
un local algo cutre y nada turístico pero auténtico,
favorito de gentes como Joaquín Sabina o Pepe
Sacristán. He paseado por San Telmo y rebuscado
entre los recuerdos de vidas ajenas que ofrecen los
puestos de su rastro. Y he pasado horas hojeando
libros viejos en las librerías de ocasión
de la calle Corrientes, que permanecen abiertas hasta
la media noche.
Ayer decían los periódicos que en Buenos
Aires muere más gente a causa de tiroteos que
de accidentes de tráfico. Y que la inseguridad
aumenta en sus barrios, sin que los gobernantes sean
capaces de inventar medidas sociales contra la desesperación
de pobres y marginados, en vez de recurrir a una inútil
mano dura policial. Pero, aún así, Buenos
Aires sigue siendo una ciudad lúdica, para vivirla
y soñarla. Una ciudad magnífica, apasionada,
abierta. Y llena de viejos amigos. Como Paula Logares,
con quien pasé la tarde del domingo. Paula fue
una de las primeras hijas de detenidas desaparecidas
localizadas por las Abuelas de Plaza de Mayo. Hoy es
una preciosa mujer de veintinueve, madre de dos niñas
tan bonita como era ella cuando tenía nueve años
y yo la conocí. Pocos meses antes había
sido rescatada de manos del comisario Lavallén,
un siniestro policía que participó en
el secuestro, tortura y asesinato de los padres de Paula
y se apoderó de la niña, haciéndola
pasar por su hija. La pobre cría estaba bloqueada,
incapaz de hablar de su vida con el matrimonio Lavallén.
Los psicólogos que la trataban se opusieron firmemente
a que yo la entrevistara. Pero su abuela, Elsa Pavón,
y la fundadora y entonces presidenta de Abuelas, Chicha
Mariani, decidieron desobedecer a los psicólogos.
La intuición de esas dos mujeres valientes fue
más eficaz que la prudencia de los desorientados
psicólogos. Y Paula, charlando conmigo en su
cuarto mientras jugábamos con su perrito, rompió
inesperadamente a hablar de su pesadilla por primera
vez. Ni Paula ni yo hemos olvidado aquellos momentos
mágicos. Y con el paso de los años Paula
se ha convertido en una buena amiga, de la que me siento
orgulloso. Se casó, se separó, y cuida
de sus dos hijas y de la abuela que lucho por recuperarla,
le devolvió su identidad y la enseñó
a ser libre. Paula trabaja en la Secretaria de Derechos
Humanos del Gobierno argentino, porque su propia experiencia
le ha hecho sentir la necesidad de pelear por los derechos
de los demás.
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