HISTORIAS
MÍNIMAS:
19. "La vergüenza
de los Cascos Azules". 17/5/2005
Hay
cosas de las que siempre se habla bien y se dice que
tienen buena Prensa. Como la Cruz Roja, el
Unicef o los cascos azules. Sin embargo, muchas
veces no es oro todo lo que reluce. Y los periodistas
nos encontramos sobre el terreno con situaciones tan
extravagantes como la que se pudo ver el pasado sábado
en Informe Semanal: un puesto de control de las tropas
de pacificación de Naciones Unidas, en un rincón
del oeste Liberia cercano a la frontera con Guinea Conakry,
donde montaban guardia un puñado de cascos
azules... ¡encadenados a su armamento! Al
principio no podíamos creer lo que estábamos
viendo. Sujeta por un candado a la muñeca derecha
de cada soldado, una cadena metálica gruesa terminaba
en el fusil ametrallador que empuñaban los cascos
azules de Bangla Desh. Naturalmente, se opusieron
a que los filmáramos y trataron de inmovilizarnos,
mientras llamaban a sus jefes por radio. Pero, empleando
las viejas argucias del oficio, Jesús Mata consiguió
retratarlos desde todos lo ángulos. Y nos largamos
rápidamente con aquellas imágenes chocantes
como botín.
Después,
de regreso en Monrovia, nos presentamos en el Cuartel
General de Naciones Unidas en busca de una explicación.
Y nos atendió Celhia de Lavarenne, una francesa
que se ocupa de espinosos temas relacionados con el
respeto de los derechos humanos por parte de las tropas
internacionales. Admitió que encadenar a los
soldados contravenía las normas de la Convención
de Ginebra --incluso precisó que su artículo
séptimo-- pero dijo que los soldados de Bangla
Desh eran tan estúpidos que se quedaban dormidos
en los puestos de vigilancia y los lugareños
les robaban las armas. Lo dijo así, textualmente.
Y que a sus jefes no se les había ocurrido otra
solución mejor que encadenarlos a sus fusiles,
ante lo cual el Alto Mando de los cascos azules
decidió hacer la vista gorda. ¡Una vergüenza!
Pero
aquella conversación nos permitió descubrir
otra vergüenza de Naciones Unidas. Porque el trabajo
principal de Celhia de Lavarenne consiste en luchar
contra el tráfico de personas --principalmente
trata de blancas-- que suele generar las presencia de
tropas internacionales. Y, claro, le pregunté
a por el vaivén de vehículos de Naciones
Unidas que veíamos todas las noches. Celia nos
confesó que solo dispone de cinco policías,
cinco inspectores de distintos países, para impedir
ese tráfico humano, cuando en Liberia hay 60.000
cascos azules. Y que esa precariedad de medios
reduce su actuación a la ciudad de Monrovia,
impidiéndole investigar denuncias como la de
que los soldados de Bangla Desh (los mismos de las cadenas,
por cierto) están abusando de niñas en
la región de Ganta.
En
fin, una tarde me presentaron a uno de los jefes del
contingente militar francés en Liberia y Costa
de Marfil. Y esa misma noche me lo encontré,
sentado en la barra de uno de los clubs de alterne --por
no llamarles prostíbulos-- que recorrimos, precisamente
para comprobar si los frecuentaban o no los cascos
azules en sus ratos ocio. Pocos minutos después,
descubríamos varios vehículos oficiales
estacionados ante la puerta de otro local semejante,
donde un puñado de soldados montaba guardia en
espera de los altos oficiales que estaban dentro. En
fin, ¿qué comportamiento se puede esperar
de la tropa si los mandos dan ese ejemplo?
Sin
embargo, el pequeño equipo de Celhia ha conseguido
éxitos importantes --además de cerrar
varios bares donde se prostituía a niñas
de once a trece años-- como desmantelar una red
de prostitución que llevaba hasta Liberia jóvenes
marroquíes para convertirlas en esclavas sexuales,
en un local denominado Sugar Club. Entre ellas se encontraba
un chaval de 16 años, un niño cuyo testimonio
fue decisivo. Y Celhia me contó con amargura
que fue muy difícil encontrarle un alojamiento
seguro durante las investigaciones, porque la organización
de la propia ONU dedicada a ayudar a la infancia, el
Unicef, se negó a acogerlo. Y tuvieron que hacerse
cargo de él unos misioneros. Otra vergüenza
más...
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