HISTORIAS
MÍNIMAS:
27.
Un humilde cafetalero. 4/7/2006
Estoy
en Guatemala, después de un largo recorrido por
el corazón montañoso Honduras, donde he
pasado un par de días visitando familias campesinas,
con mis compañeros de TVE Jesús Mata y
Fernando García Brioles. Guiados por nuestro
amigo Vicente González, de la ONG cordobesa ETEA
que ayuda a los pequeños productores de café,
recorrimos las aldeas de más difícil acceso
en el corazón montañoso de Honduras, al
sur de Santa Rosa de Copán, donde los cafetaleros
más humildes sobreviven malamente a la especulación
mundial con los precios de sus cosechas. Allí
entramos en muchas viviendas de adobe, casitas de una
miseria antigua y profunda, con techos de latón
y suelos de tierra, sin vidrios en las ventanas, carentes
de luz eléctrica y sin más agua que la
de la lluvia. Y pasamos largos ratos hablando con sus
gentes, cultivadoras del café que nos bebemos
en Europa después de las buenas comidas, y con
cuyo comercio injusto se enriquecen los intermediarios
y las corporaciones multinacionales que controlan el
mercado mundial de alimentos.
En
una de esas chozas conocimos al señor Villanueva,
un campesino de 51 años --aunque aparente más
de 70-- que nos abrió las puertas de su hogar,
y nos invitó a unas tazas de café recién
arrancado de la planta y tostado en su fogón.
Villanueva no se parece en nada al Valdés de
los anuncios, pese al bigote, el sombrero de paja, la
camisa abierta y el caballo. Porque Villanueva es extremadamente
pobre. Se ha pasado la vida trabajando para sacar adelante
a sus diez hijos, cinco varones y cinco hembras, que
han heredado de él la escasez y la pobreza, que
se transmiten con la tierra y los hábitos de
labor, de generación en generación. Villanueva
ha hecho caso a los consejos de los técnicos
de ETEA y de la AECI, la Agencia de Cooperación
Española: cuida con esmero su cafetal y además
cultiva frijoles y algo de maíz para asegurar
el puchero entre cosechas.
Nos decía, mirándonos a los ojos y sonriendo,
que ser tan pobre no le había impedido ser feliz.
Que estuvo muy enfermo, y que pagar a médicos
y farmacéuticos acabó de arruinarlo. Pero
que su mujer le había demostrado una vez más
su amor diciéndole que lo vendiera todo y que
ella pediría limosna si hacía falta, pero
que lo principal era que siguiera vivo, junto a ella.
Villanueva nos contó también que sus hijos
mayores se han casado o se arrejuntado, y viven muy
cerca, compartiendo tierras y trabajo, ayudándose
y pasando mucho tiempo juntos. A nuestro alrededor,
se movía a saltos una perrita. Le faltaba la
mitad de la pata delantera derecha, porque un mal día
se la cortaron accidentalmente de un machetazo al desbrozar,
cuando dormía entre las matas. Villanueva la
vendó y logró que la herida cerrase. ‘Aquí
no hay médicos, ni para la gente ni para los
animales. Así que la curamos a base de darle
cariño’, nos explicaba. Por eso la
llaman Trunca, que significa coja. Trunca parió
hace pocas semanas: un solo cachorro, porque la Naturaleza
es sabia, y le daba de mamar bajo la cama de sus dueños.
‘Otra boca más’, dije yo.
‘Otro corazón más’,
me respondió Villanueva. Aunque solo estuve una
hora en su casa y jamás vuelva a verlo, yo sentí
que Villanueva era mi amigo, que estaba tan cercano
a mí como lejano y enemigo me resulta mister
Brabeck, el todopoderoso gran patrono de la multinacional
Nestlé, una de las grandes corporaciones que
se enriquecen gracias a la pobreza de hombres de verdad
como el señor Villanueva.
|
|
|