HISTORIAS
MÍNIMAS:
26.
Ataque de lucidez en Miami. 27/6/2006.
Buenas
madrugadas, amigos, porque para mí son las cuatro
y media de la mañana, siete horas menos que en
España Y es que estoy en San Pedro Sula, en el
corazón mismo de América Central. Me ha
traído hasta aquí mi amigo Vicente González,
un profesor de economía de Córdoba, para
enseñarme el trabajo que realiza la Fundación
ETEA --con financiación de la Agencia Española
de Cooperación-- ayudando a los campesinos que
malviven del cultivo de café, empobrecidos por
las grandes corporaciones multinacionales que se llevan
la tajada del león de los beneficios. En torno
al despiadado negocio del café hay muchas historias
que contar. Pero voy a dejarlas para mi regreso de los
cafetales de Honduras y Guatemala, la semana próxima.
Hoy
me corre más prisa contar una anécdota
que he vivido en el maldito aeropuerto de Miami, que
es uno de los rincones más desagradables del
mundo. Allí, ayer mismo, mis compañeros
Jesús Mata y Fernando García Brioles,
y yo mismo, volvimos a sufrir la falta de respeto, y
la desorganización de la policía norteamericana...
aunque también hubo momentos ridículos
en que nos costó aguantarnos la risa, como cuando
una oronda agente negra --tan voluminosa como la actriz
Hattie McDaniel, la criada de Escarlata O’Hara
en ‘Lo que el viento se llevó’--
inspeccionó el interior de mis zapatos, olfateándolos
con el celo de un sabueso. Y menos mal que la sofisticada
tecnología policial (los detectores de metal,
los aparatos de rayos x, las cámaras, el registro
de huellas dactilares, etcétera) todavía
no es capaz de detectar el pensamiento crítico,
porque habríamos acabado los tres en la cárcel.
A mi lado --y esta es la anécdota que necesitaba
contar hoy-- un ciudadano estadounidense no paraba de
quejarse. Enseguida entablamos conversación y,
al ver que éramos españoles, protestó
vivamente contra la pretensión europea de que
se cerrase la cárcel de Guantánamo. Y
la verdad es que sus argumentos me convencieron: ustedes
lo europeos son tontos o se hacen los tontos --razonaba--
porque Guantánamo es la única cárcel
política norteamericana que resulta visible.
La única demostración evidente del atropello
sistemático de los derechos humanos más
elementales, la única prueba de que se mantiene
a los prisioneros sin juicio, y se les tortura. ¿Quieren
ustedes que esa prueba desaparezca sin más? Lo
que debían exigir los gobiernos europeos es que
Washington informe sobre las cárceles secretas
que mantuvo en Polonia y en Rumania, y que clausure
las que todavía utiliza en Afganistán,
en Yemen, Egipto y tal vez Marruecos. Porque esos presos
son los que corren peligro de desaparecer para siempre,
no los de Guantánamo.
’Mi circunstancial amigo americano me confesó
que había sido militar en la anterior guerra
del Golfo, y que en ella perdió el equilibrio
nervioso y aún no había logrado recuperarlo.
Al menos, ese fue el diagnóstico de su psiquiatra.
Pero él y yo sabemos que sus ataques no son cosa
de nervios, sino de lucidez. Una enfermedad mental
mucho más peligrosa y que se agrava con experiencias
como el sometimiento a los humillantes controles policiales
del aeropuerto de Miami.
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