HISTORIAS
MÍNIMAS:
5.
"Historias paralelas". 9/2/2005
Hoy
quiero contar dos historias, pero que son realmente
una sola historia. Dos historias de emigrantes, no solo
mínimas sino tópicas hoy más que
nunca. Porque ayer empezó a tramitarse el papeleo
definitivo para la regularización de miles de
inmigrantes, que trabajan sin permisos.
La
primera de esas historias repetidas la protagoniza Olivier,
un congoleño negro como el carbón y fuerte
como un toro. Lo conocí meses atrás en
las oficinas de la Comisión Española de
Ayuda al Refugiado, a la que había acudido en
busca de consejo. Porque en esa Comisión se dieron
cuenta ya hace tiempo de que no solo hay refugiados
políticos, sino también refugiados económicos,
gentes que no huyen tanto de la opresión política
como del hambre. Y Olivier había salido del Congo
no solo para escapar de una tiranía sino, sobre
todo, para salir de la miseria. Me contó su larga
peripecia hasta llegar en una patera a nuestras costas
y, tras mendigar un puesto de trabajo, acabar siendo
explotado por unos despiadados empresarios agrícolas,
bajo los plásticos de los viveros almerienses.
Ahora, desde hace casi dos años, Olivier vive
en Madrid. Trabaja y cotiza puntualmente en la Seguridad
Social aunque la falta de papeles hace que carezca de
derechos. Pero ha logrado su sueño de mandar
dinero a los suyos, que en el lejano Congo sus hermanos
vayan al colegio y su madre tenga siempre unos francos
en el bolsillo. Dentro de unos días Olivier tendrá
sus ansiados papeles. Se sentirá más seguro.
Y dice que piensa casarse.
La
segunda historia es de otro emigrante, al que conocí
muchos años atrás. Se llamaba, se llama,
José. Pepe. A diferencia de Olivier tenía
la piel blanca, era de corta estatura y hablaba castellano.
Pero como Olivier había salido de un país
sometido a una dictadura aunque, sobre todo, hubiera
huido del hambre. Pepe no era boliviano ni uruguayo,
sino español. Uno de los centenares de miles
de españoles que tuvieron que emigrar de la España
sometida al general Franco. Un gallego que trabajaba
de camarero en Londres. También él me
contó las peripecias que había vivido
desde que salió de su aldea en Orense y se subió
a un tren, a un vagón de madera de tercera clase.
Se coló en Inglaterra y durante mucho tiempo
trabajó sin papeles, para mandar cada mes un
puñado de pesetas a Orense. Después consiguió
legalizar su situación y se casó con Gina,
otra emigrante gallega. Ahora Pepe es padre de un inglés
y vive bien, dedicado a comprar pescado en el mercado
central y a repartirlo entre una amplia clientela de
restaurantes de la periferia londinense.
Pepe
y Olivier no se conocen. Pero estoy seguro de que se
harían amigos, de que podrían sentarse
muchas tardes a beberse unas cañas y compartir
sus experiencias, sus historias repetidas. Y que acabarían
hablando de Vanderley Luxemburgo, porque los dos son
seguidores del Real Madrid. Y es que el gallego y el
congoleño no se diferencian en casi nada, excepto
en el color y la complexión. Los dos soñaron
lo mismo y los dos pusieron mar y tierra por medio para
escapar de la pobreza.
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