Lunes, 30 de enero de 2006.
GENTE DE PALABRA: VICENTE ROMERO, PERIODISTA
«El corazón
de las tinieblas no está en África, sino en Washington»
por ÁLVARO BERMEJO.
Uno de sus primeros destinos como enviado especial tuvo como escenario la
guerra de Vietnam. ¿En qué ha cambiado su perspectiva en lo
que media entre esa guerra y la última de Irak?
- Ahora es mucho más difícil informar bien. La libertad de
movimientos de los periodistas se ha reducido. Hay muchos más elementos
de manipulación desde los centros de poder. Mi perspectiva personal
se ha hecho más amarga, más pesimista.
- Por más duras que sean las atrocidades de las que es testigo, ¿también
se puede aparcar la conciencia cuando acaba la jornada de trabajo?
- No se puede separar el trabajo y la vida en lo que se refiere a convicciones
y coherencia personales. Como periodista y como persona hay que tomar partido
ante las injusticias y las atrocidades, denunciarlas, combatirlas.
- Tras los genocidios de Uganda y Ruanda, el del Congo y el de Mozambique,
¿queda algo vivo en el Corazón de las Tinieblas?
- El corazón de las tinieblas no está en África, sino
en Washington. Y los mayores genocidas se sientan en los más importantes
despachos financieros de Occidente. En esos países empobrecidos de
África queda algo mucho más vivo que en nuestras sociedades
tan prósperas como alienadas: seres humanos de verdad.
- En un solo día en África muere más gente de enfermedades
como la malaria, el sida y la tuberculosis, que todos los que murieron el
11-S en Nueva York. ¿A quien le importa?
- A millones de seres humanos. A gentes como tú, tus lectores o yo.
No le importa, desde luego, a la poderosa industria farmacéutica.
Ni a los que Jean Ziegler denomina 'los nuevos amos del mundo', a los administradores
de la miseria ajena para su propio beneficio.
- Sin embargo, hace unos años las grandes multinacionales farmacéuticas
anunciaron una bajada drástica en los precios de algunos tratamientos
contra el sida. ¿Al fin un gesto humanitario?
- No. Un hábil gesto destinado al lavado de su imagen, deteriorada
por las protestas internacionales. Mientras rebajaban los precios de fármacos
ya obsoletos, negaban la autorización para fabricar genéricos.
Es una industria despiadada, sucia, criminal.
- En América Latina más de cuarenta millones de niños
viven y mueren como perros callejeros. ¿Advierte diferencias entre
los regímenes de Chávez-Venezuela, Fox-México y Lula-Brasil?
- Los principales responsables de esa situación no son los gobiernos,
sino el reparto mundial de la riqueza, injusto, desigual, que constituye
la base del sistema económico mundial. Pero claro que hay diferencias
sustanciales entre esos tres regímenes.
- Y en Bolivia, ¿habrá cambios con el presidente Evo Morales?
- Evo Morales es un hombre digno, honrado, de procedencia humilde. No tiene
nada que ver con los políticos soberbios y ligados a los centros
del poder económico a los que estamos acostumbrados. Ojalá
que pueda hacer cambios profundos. El pueblo de Bolivia los necesita.
- El presidente de Médicos del Mundo sostiene que en vez de declararle
la guerra a la pobreza se hace la guerra contra los pobres.
- Es cierto, no existe un plan coherente para conseguir ese objetivo, por
más que la ONU se empeñe en fijárselo como meta para
el 2015. No hay una verdadera intención de acabar con la pobreza.
No pude haberla, porque la pobreza de naciones enteras es lo que posibilita
nuestro enriquecimiento constante. En cambio, se hace la guerra a los pobres:
se los margina, se los expulsa, se los mantiene alejados de nuestro supuesto
paraíso artificial.
- Sin embargo, en julio de 2005, los líderes del G8 decidieron condonar
la deuda de dieciocho países extremadamente pobres.
- Simplemente renunciaron a cobrar una deuda que era imposible de pagar,
y que ya había saldado de sobra, tras numerosas renegociaciones con
pagos de suculentos intereses.
- En su libro incluye una nueva categoría de criminales de guerra:
los 'genocidas financieros' que rigen la economía mundial. El sistema,
¿es inhumano por definición?
- Hace tiempo que, como decía la canción popular, 'ganaron
los capitales la guerra contra los hombres'. El sistema económico
mundial es despiadado. Los únicos valores que priman son los valores
bursátiles. Quienes fijan los precios de los alimentos en Chicago
deciden sobre la vida y la muerte de millones de personas en África.
- Empresas globales como Nike o Ikea han sido objeto de denuncias por la
situación de los trabajadores de sus plantas en el Tercer Mundo.
¿Hay casos semejantes que afecten a empresas españolas?
- Sí. Acusaciones de distintas organizaciones, como la campaña
de 'Ropa Lipia', pusieron bajo sospecha al grupo textil Inditex, propietario
de marcas tan conocidas como Zara o Máximo Dutti... en cuyas tiendas
nadie me verá entrar jamás.
- Hace cinco años la Prensa revelaba que una empresa vasca, 'Larrañaga
y Elorza', fabricaba y exportaba grilletes semejantes a los utilizados siglos
atrás para el tráfico de esclavos. Tras las denuncias de varias
oenegés, ¿qué ha sido del caso?
- Lo ignoro. Sería un buen tema para que este DV investigara y publicara
un reportaje.
- Asimismo, hace años y en plena hambruna, Nestlé exigió
a Etiopía que pagase sus deudas por la compra de alimentos infantiles.
La lógica del beneficio, ¿en implacable?
- Sí. Pero hay que combatirla, del único modo eficaz a nuestro
alcance: denunciándolo, comentándolo y negándonos a
comprar productos de las marcas de las que sepamos o sospechemos actitudes
contrarias a la ética más elemental.
- ¿Qué opinión le merece la Alianza de Civilizaciones
propuesta por el presidente Zapatero?
- Con palabras de Valle, creo que es 'musiquilla de violín'. Un puñado
de buenas intenciones imposible de articular sin un cambio en las relaciones
de poder y en el sistema económico.
- No obstante, también en España se dan situaciones de marginación
y pobreza extremas. ¿Nos resulta más fácil hacer donativos
para catástrofes humanitarias lejanas que socorrer al prójimo?
- Las personas que viven bajo el umbral de la pobreza en España suponen
en torno a la quinta parte de nuestra población total. Y eso significa
un grave fracaso no reconocido de nuestros sistema social y político.
- Y en su caso, treinta años después, ¿es posible diferenciar
al periodista del activista?
- No me considero un activista, aunque tampoco me molesta que alguien me
vea como tal. Soy un simple reportero que cuenta lo que ve, que defiende
sus propias ideas y que toma partido hasta mancharse, como proponía
Celaya, partido por las gentes humildes, los oprimidos, los humillados,
los marginados, los golpeados... los míos.
- Pese a todo y pese a todos, ¿qué es lo que más le
ayuda a mantener su fe en la vida?
- ¿Quién dice que yo tenga fe en nada? Como mucho, aún
me queda alguna que otra remota esperanza.
DE BUENA TINTA
Nació en Madrid, en 1947.
En 1969, entró en la redacción de Pueblo.
Durante quince años actuó como corresponsal volante cubriendo
acontecimientos como las guerras de Vietnam y Camboya.
En 1984 se incorporó a TVE, donde trabaja como enviado especial.
En 1995 recibió el premio Ondas Internacional.
En 1999 recibió la Medalla Mundial del Festival de Nueva York.
Sus libros imprescindibles son: Pol Pot, el último verdugo
y un par de novelas: Los placeres de La Habana y El miedo es
un camello ciego.
DE VIVA VOZ
ME GUSTA sentarme a ver una buena película, sobre todo de cine mudo.
DETESTO los centros comerciales y su clientela alienada que confunde diversión
y consumo
ME FASCINA que haya gente obstinada en luchar por sus ideas, en las condiciones
más adversas y sin posibilidad de triunfar.
ABORREZCO la publicidad. Me parece una agresión constante y un vehículo
de valores perversos.
ME INDIGNA la prepotencia de quienes tratan de imponernos su voluntad con
las armas en la mano.
ME PONE NERVIOSO la gente que vocifera en su teléfono móvil.
ME INDIGNA la prepotencia de quienes tratan de imponernos su voluntad con
las armas en la mano.
ME CALIENTAN los índices de audiencia de la telebasura.
ME PERTURBA la violencia creciente de nuestra sociedad, especialmente entre
los más jóvenes.
ME ENAMORA la literatura de Eduardo Galeano.
ME ATERRA que nos hayamos acostumbrado a convivir con el horror.
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