VICENTE ROMERO: Escritor y periodista: "El
periodismo debe ejercerse desde el corazón"
Su rostro se identifica con programas televisivos como "Informe Semanal"
o "En Portada", y su voz se reconoce en el programa radiofónico
"Buenos días", de Julio César Iglesias (RNE). Vicente
Romero es periodista desde siempre. Su espíritu aventurero le ha
llevado a estar contínuamente más allá de donde se
"cuece la noticia", desde la guerra de Vietnam o Irak a los países
más olvidados. Volcado por completo en abrir brecha por los más
necesitados, habla sin tapujos de la desigualdad. Su último libro,
"Palabras que se llevó el viento" (Ed. Espejo de Tinta)
es una cuidadosa selección de las historias que alguna vez nos ha
contado y que sin duda nos harán reflexionar.
¿Cómo empezó todo? ¿Qué fue lo
que le impulsó a viajar a Vietnam con poco más de veinte años
y comenzar así su carrera de periodista?
Fue suerte. Es algo que sólo suele ocurrir
en las películas. No pasa casi nunca que te den esa oportunidad cuando
tienes esa edad, pero el diario Pueblo, que entonces dirigía Emilio
Romero, me la dio.
¿Cómo enfocó su periodismo hacia la denuncia
social?
Esas cosas no se deciden fríamente, es algo
que va surgiendo naturalmente de ti, de tu propia posición ante la
vida. Lo importante es no diferenciar tu forma de trabajar con tu forma
de ser si quieres ser mínimamente coherente.
De todos los lugares que ha visitado y de toda la gente que ha conocido,
¿Existe un denominador común a todos ellos?
Todos son seres humanos, desde la víctima al verdugo. Lo que pasa
es que te sientes mucho más cercano a víctima, pero todos
somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ése es nuestro denominador
común.
¿Cómo consigue esa cercanía con tantas personas
para que le cuenten su historia?
Creo que no hay ningún truco, sino que la gente
se de cuenta de que eres uno más: si eres capaz de sentarte en el
suelo, de hablar mirando a los ojos de la gente sin adoptar esa posición
de falsa superioridad que muchas veces adopta el medio de comunicación
de países ricos, el diálogo fluye porque somos seres humanos.
La gente cuenta las cosas que vive como las cuentas tú, con el mismo
lenguaje, a pesar de que el idioma a veces no sea el mismo. Es muy importante
la actitud con la que llegues y que se sientan identificados contigo.
¿Piensa que la radio y la televisión son un buen instrumento
de denuncia social?
Es una obligación de los medios servir para
eso, lo que pasa es que desgraciadamente forman parte del universo de los
negocios y por ese motivo se tiende a trivializar, a convertir la información
en espectáculo, a contextualizar las cosas y a atenerse a un mercado.
Pero la información más pura efectivamente tiene que actuar
como herramienta de solidaridad, para que la gente tome una posición
y reaccione frente a las cosas. Creo que esa es la parte más noble
y más útil que tiene.
¿No es un poco desesperante o frustrante a
veces ver que muchas veces todo sigue igual a pesar de su esfuerzo?
Lo que es desesperante no es que tú veas las cosas y te des cuenta
de que tu trabajo sirve para muy poco. Lo que es desesperante es ver el
orden en el que estamos metidos. Es decir, que nuestro mundo se base en
un orden absolutamente injusto, de explotación entre pobres y ricos,
en la institucionalización de la injusticia. Lo que frustra es darse
cuenta de que es muy difícil que cambie.
Ha viajado a muchísimos sitios. ¿Dónde
ha sentido más como en casa?
En muchos sitios, pero generalmente no depende del país, sino de
la gente. Hay veces que te encuentras entre los tuyos, y otras ocasiones
en las que por mucho que te guste un sitio resulta que no. Yo no me encuentro
por ejemplo entre los míos cuando estoy en Alemania, Estados Unidos
o Japón. Me siento mucho más entre los míos aunque
sean culturas muy diferentes en Camboya, Bolivia o el Congo porque la gente
es más de verdad. En los países más enriquecidos, los
únicos valores persistentes por los que se lucha desesperadamente
son los valores bursátiles, mientras que en los países empobrecidos
todavía queda una forma de ver y de entender la vida mucho más
humana, y en ese sentido creo que son países mucho más ricos.
¿Dónde ha sentido un mayor abandono
de la comunidad internacional?
Eso de la comunidad internacional es todo mentira. No existe, lo que sí
existe es un conjunto de países enriquecidos y otro conjunto de países
empobrecidos. Ojalá existiese esa conciencia de comunidad internacional.
¿Nos podría contar algo positivo
que haya conseguido por haber contado
una de sus historias?
Creo que mi mayor éxito profesional fue meter en la cárcel
al General Camps, que fue jefe de la policía de Buenos Aires durante
la dictadura de Videla. También que otra entrevista sirviera como
prueba en el juicio contra Scilingo... Y luego, a pequeña escala,
que muestres en el programa "Informe Semanal" el mayor basurero
o vertedero de América central e inmediatamente una empresa de reciclado
de basuras se ofrezca sin querer publicidad ninguna a instalar una planta
de reciclado y a dar un curso de reciclado a la gente que vive pegada a
ese vertedero. O que muestres un hospital de Ruanda donde los niños
están envueltos en papel metálico para conservar el calor
y que una empresa de energía solar mande placas de energía
solar y unas incubadoras. Entonces te das cuenta de que hay veces es que
la información sí que sirve de vehículo de solidaridad
o de justicia, que cumple una función, y que, pese al pesimismo con
el que miras las cosas, cabe una lucecita de esperanza
¿No se le hace luego cuesta arriba
vivir en el lado rico?
Es una situación esquizofrénica. Te estás enfrentando
a situaciones de injusticia radical, estás denunciándolas
y por la tarde te metes en un hotel de cinco estrellas donde te han alojado.
Luego vuelves a casa y te encuentras que tienes que seguir viviendo en una
sociedad con unos valores completamente distintos a los tuyos más
profundos. Realmente no es decepción, es una situación de
contradicción personal que implica un cierto grado de esquizofrenia.
Con
su libro "Palabras que se llevó el viento", ¿qué
le gustaría conseguir en el lector, lo mismo que en la radio?.
El propósito del libro era que esas palabras que se dicen en la radio
y que están destinadas a interesar, conmover, hacer pensar, despertar
una cierta complicidad que no desaparecieran, que no se los llevara el viento.
La idea es que puedas volver a leerlos, a recuperar aquella idea o el sentimiento
que te produjeron una vez. Parece que el papel impreso es más consistente,
lo puedes tener ahí, al alcance de la mano, ojearlo cuando te apetece.
Mientras que la radio es un medio muy íntimo, maravilloso pero muy
fugaz en el que las cosas pasan muy rápidamente y se las lleva el
viento.
¿Qué se nos escapa a los telespectadores de las guerras que
nos cuentan
en la televisión?
Todo. Le dedicamos de los 40 minutos de un telediario 15 a hablar del tiempo
que hace en España, otro montón de minutos al crimen de violencia
doméstica, al accidente de tráfico, a los sucesos en general.
Otro puñado largo de tiempo a los deportes, donde todos los futbolistas
dicen siempre lo mismo... Y de repente, a situaciones de gran interés
y muy profundas no se les abre un hueco nunca. Quiero decir que si en cualquier
parte de España muriera una familia de hambre, cosa que no ocurre
afortunadamente, los telediarios le dedicarían a la noticia diez
minutos y sería un escándalo nacional, pero todos sabemos
que en estos momentos se está muriendo gente en distintos países
del mundo y no estamos hablando de ello, no es noticia... No sé cuántos
tienen que morir de hambre a la vez para que sea relevante. Creo que para
estar bien informado hay que leer el periódico, no basta con ver
el telediario y ni siquiera muchas veces basta con eso.
¿Qué es lo que nunca se cansará
de denunciar?
No se trata de denunciar, sino de quejarme amargamente de algunas cosas
que me rodean. Pero para eso basta con mirar alrededor, no hace falta ni
siquiera ser periodista. Tendríamos que aprender a quejarnos todos
un poco más. Pero volviendo al tema, no me cansaré de hablar
sobre la injusticia, la desigualdad. Hablamos por ejemplo de la necesidad
de recibir subvenciones agrarias de la Unión Europea cuando realmente
lo que deberíamos hacer es procurar que deje de recibirlas toda Europa,
porque con eso estamos condenando a millones y millones de personas del
tercer mundo al hambre (puesto que sus agriculturas no son competitivas
y no están subvencionadas). Es mirar alrededor y darse cuenta de
que todo el sistema en el que vivimos está montado sobre una injusticia.
De todos los premios que ha recibido, ¿hay
alguno del que se sienta especialmente orgulloso por lo que simbolice?
No; quiero decir que cuando la Asociación de la Prensa te da un premio
y tus compañeros periodistas reconocen tu labor estás muy
contento y muy orgulloso. O cuanto te lo da una organización como
UNICEF. Pero la mejor recompensa son los correos electrónicos de
la gente, las cartas que recibo de personas anónimas, los que me
paran en la calle y que me comentan algo. En esos momentos es cuando veo
que ha llegado mi mensaje a otra persona, que me he comunicado directamente
con alguien, y además esa persona te agradece el haberle dado esa
información. Esa es
la mejor recompensa.
¿Qué adjetivos le vienen a la
cabeza cuando se encuentra cubriendo una
guerra, un desastre natural o una situación de grave dificultad?
Me viene sobre todo el no utilizar uno que se usa constantemente: "Espectacular".
Es una palabra que me pone los pelos de punta. Una tragedia, un accidente,
un terremoto no puede ser nunca espectacular. Puede ser sobrecogedor, trágico,
escalofriante, conmovedor, pero nunca espectacular. Y sin embargo hay una
importante tendencia a hacer espectáculo de las tragedias, del dolor.
Para llegar a tanto al público además
de ser un buen comunicador, ¿Qué más es necesario?
Un buen medio de comunicación. Creo que buenos comunicadores hay
muchos, desgraciadamente lo que no hay tantos son buenos medios de comunicación.
El panorama de las televisiones es un desastre.
¿Nos podría decir de su último
libro cuál es la historia que más le
conmueve?
No lo sé, muchas, porque muchas de ellas son muy íntimas.
Pero si tuviera que elegir, las de niños. Generalmente te producen
gran emoción por su ingenuidad, y hay en el libro un par de historias
de niños del tercer mundo que me conmovieron mucho.
Por último, comentar que los periodistas tenemos la obligación
de hacer que el público se pueda conmover con nosotros. Quiero decir
que no tenemos que explicar sólo las cosas por medio de la razón,
sino también del sentimiento, sin que eso se convierta en amarillismo.
Cuando te dan las cifras de mortandad de un terremoto, sólo alcanzas
a conocer su dimensión humana cuando te cuentan una de las historias
de la gente que ha sufrido ese terremoto. Esa capacidad de comunicarte por
medio del corazón, no solamente por medio de la razón, está
poco menos que prohibida por las reglas del periodismo políticamente
correcto. Y, sin embargo, creo que es la parte más útil para
que la gente tome conciencia, entienda, comprenda por medio del corazón
lo que por datos objetivos, de la razón no se puede llegar a alcanza.
Texto: Inés Marichalar.
Foto: Editorial Espejo de Tinta.
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"Palabras que se llevó el viento"
Este libro de historias mínimas, como así le gusta subtitularlo
al autor, uno de los más puros ejemplos de reporterismo de la historia
del periodismo español, es un conjunto de textos breves que nos
hacen viajar por los lugares más insospechados del planeta en busca
de pequeñas historias, pequeños acontecimientos que sirven,
a veces mucho mejor que las llamadas grandes historias, para forjarnos
una idea más completa, más compleja de este agitado y frecuentemente
injusto mundo que vivimos en los albores del siglo XXI.
Todas las semanas Vicente Romero se asoma a la ventana de Radio Nacional
de España, en el programa Buenos Días, y relata una breve
historia, mínima, como él afirma en el subtítulo
de este libro, pero que en realidad es máxima, ya que en pocas
palabras el autor acierta a expresar hechos, emociones, reflexiones que
trascienden el hecho narrado y le otorgan una dimensión global,
o tal vez mejor glocal, este neologismo que sirve hoy para destacar lo
global de lo local, que lo pequeño muchas veces es igual a lo grande.
Y a veces más importante, más significativo, más
definitorio. Porque las historias que nos cuenta Romero en la radio, esas
Palabras que se llevó el viento del título de este libro,
están aquí recogidas para que, una vez impresas, a nadie
quede la coartada de que una brisa casual se las borró de la memoria,
que aquel día no escuchó la radio; y, aunque el propio autor
dude o, mejor dicho, sospeche "que escribir, a fin de cuentas, no
vale para casi nada" y empiece a creer "que las palabras ya
no sirven", estas Palabras que se llevó el viento "se
obstinan en el mismo empeño que tuvieron en la radio: conmover,
indignar, hacer reír; en definitiva, provocar sentimientos, reflexiones
y reacciones"
Ciertamente, consiguen su objetivo. Y para ello Vicente Romero se vale
en este libro de una doble estrategia. Aunque en una primera instancia
se podría pensar que las historias, relatos de hecho, que el autor
presenta pudieran tener relación con lo que hoy se llama blog en
el mundo internet, al desprenderlas de una ordenación cronológica
y agruparlas de manera temática se consigue superar el estrecho
marco de lo actual para dotarlas de carácter universal, intemporal,
y al mismo tiempo proponernos una lectura que no tiene la obligación
de ser continua, sino que permite la lectura salteada, aleatoria, de unos
textos sin aparente relación pero que en su conjunto nos da una
visión casi universal de nuestro mundo.
Poco importa, en este punto, el momento exacto en que Romero se cruzó
en el aeropuerto de Bogotá con una mujer desesperada que pegaba
en una columna un papel con la foto de su hija de meses y el rótulo
"Secuestrada". Porque al final lo que permanece, lo que importa,
es el terrorífico tráfico de órganos o para adopción,
en el mejor de los casos. Y así, despojando estas historias mínimas
de su posicionamiento temporal, logra el autor, a través de lo
que también pudiera ser un viaje por los más diversos países
y continentes -desde los oficialmente más civilizados hasta los
más remotos y olvidados-, relatarnos sucesos e historias aparentemente
intrascendentes que, por la fuerza de las palabras que no se lleva el
viento, quedan ya fijadas en la memoria del lector.
Y ésta es la segunda arma que emplea Romero en su libro: la fuerza
de las palabras. Con un estilo poderoso y conciso que no renuncia en ningún
momento al género periodístico del que procede el autor
-pero que lo trasciende en su afán no tanto por "atrapar al
culpable como en salvar al inocente", como acertadamente afirma en
el prólogo el también periodista Julio César Iglesias,
director del Buenos Días de RNE-, Vicente Romero nos demuestra
que, además de un pura sangre del periodismo, es un escritor capaz
de hacernos reflexionar sobre las miserias de este mundo en el que aún
hay esperanza. Al menos mientras se escriban palabras que no se lleve
el viento. |